Dom Innocent Le Masson
General de la Orden de los Cartujos
Volvamos ahora a nuestra comparación entre el viajero y el escrupuloso. Ahora bien, ya sabéis, ¿qué malestar le causa al viajero esta piedrecita que los latinos llaman escrúpulo si no tiene cuidado de sacarla del zapato? Le provoca dolor, fatiga y disgusto por caminar.
¿Qué produce también la escrupulosidad en el alma del escrupuloso? El agotamiento por el dolor doloroso, el cansancio que la hace menos valiente para hacer el bien, y el disgusto que la hace más débil y por tanto más cerca de su ruina.
Sería pues un gran abuso, alma piadosa, alimentar escrúpulos (fíjate en la palabra; digo alimentar, no digo sentir, pues del sentimiento hablaremos al final); sí, sería un gran abuso alimentar el escrúpulo con el pretexto de una mayor prudencia y de un medio más ventajoso de aprovechar el bien, ya que hace todo lo contrario: de hecho, embota la generosidad del alma, la rodea con miedos y ansiedades, cansa este instinto natural que le lleva a hacer el bien libremente, y hace que su libertad sea bastante lánguida. Es de la gracia de Dios de donde debemos esperar confiadamente la ayuda necesaria para progresar en la virtud, y no de una industria imaginaria de la mente humana, que creería poder utilizar los escrúpulos para avanzar más fácilmente en el bien. Ahora bien, para seguir la atracción de la gracia, es necesario que el alma tenga conciencia buena, recta, exacta y diligente, pero no escrupulosa. ¡Oh! ¡Qué diferencia hay entre una conciencia exacta y una conciencia escrupulosa! Esto es lo que notaremos a continuación.
Pero ¿qué hace el viajero que conoce el dolor y las molestias que trae esta piedrecita al entrar en el zapato? Lo ata fuertemente y lo cierra con cuidado lo mejor que puede para que ella no entre; y cuando por casualidad ella entró, se quita los zapatos y la busca por todas partes para deshacerse de ella inmediatamente. Así debéis hacer en el camino de la virtud; hace falta que cerréis los pasajes al escrúpulo y os apliquéis a rechazarlo tan pronto como lo sintáis: porque si quisierais mantenerlo mediante reflexiones, serías tan irrazonable como el que metiera estas piedrecitas en sus zapatos con la esperanza de caminar mejor, o bien que no quisiera quitárselas cuando siente que le molestan.
A esto me responderéis que no rechazamos de la mente los pensamientos y miedos, como quitamos una piedra de un zapato. Lo admito fácilmente, pero el alma verdaderamente las rechazará, ya sea por efecto de su voluntad, ya por el juicio de su razón, si es exacta en alejarse de las causas del escrúpulo y si no lo alimenta voluntariamente. Además, el borde mismo de la impresión sensitiva que el escrúpulo produce en la mente y en el corazón se irá embotando poco a poco, hasta que la razón ya no se vea perturbada por él.
Continuará...