Santo Tomás de Aquino
TERCERA MEDITACIÓN
Que debemos purificarnos de toda afición al pecado venial.
No basta trabajar sólidamente en la adquisición de la virtud para evitar el pecado mortal: es necesario también purificar el corazón de las más leves manchas que lo contaminan. Es indigno de un alma cristiana tranquilizarse falsamente con el pensamiento de que el pecado venial no es pecado grave, puesto que es siempre un pecado que ofende a Dios. Además, como observa San Agustín, no tenemos una balanza lo suficientemente justa para poder pesar la gravedad de los pecados; hay muchas faltas que hubiéramos considerado muy ligeras, si la Escritura no nos hubiera dicho que son más graves de lo que pensamos (1). ¿Quién habría pensado, añade este Padre de la Iglesia, que decir, enojado y sin motivo, a su hermano: "Eres un loco", es una falta digna de los fuegos del infierno? Sin embargo, la Verdad misma nos asegura esto. Pero finalmente, ¿hay algo tan pequeño que debamos descuidar cuando se trata de la salvación, y podemos tomar precauciones demasiado grandes, cuando estamos en peligro de perderlo todo? ¿No es suficiente con los muchos pecados que cometemos por sorpresa? Así que hagamos todo lo posible para evitar aquellos que son deliberados y consideremos seriamente:
I. Que el pecado venial es una ofensa real, que hiere la amistad debida a Dios.
II. Que este pecado nos priva de gracias muy grandes, y que basta con mantener el más mínimo apego a él para impedirnos ascender a la perfección.
III. Que este pecado nos dispone a mayores faltas, y solo hace falta una pequeña caída para caer en el precipicio y en la última desgracia.
(1) Sunt quaedam quae levissima putarentur, nisi in Scripturis demonstrarentur opinione graviora. D. Aug. in Enchir. 6. 79.
Continuará...
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