VACANTIS APOSTOLICAE SEDIS

"Quod si ex Ecclesiae voluntate et praescripto eadem aliquando fuerit necessaria ad valorem quoque." "Ipsum Suprema Nostra auctoritate nullum et irritum declaramus."

EL ESPEJO DE LA CRUZ (XXV)


CAPITULO 20 - Sobre los dolores de Cristo. Y antes consideremos su fina sensibilidad y su inocencia.


En séptimo lugar debemos meditar los dolores de Cristo: puesto que tuvo tantos, que Isaías, profetizando sobre Él, lo llama “el hombre de dolores”, porque estuvo lleno de dolores de los pies a la cabeza, por dentro y por fuera. Por eso dice el profeta Jeremías en persona de Cristo: “¡Oh vosotros todos que pasáis por el camino, mirad, ved y considerad si algún dolor es semejante a mi dolor!”.


Y el dolor de Cristo fue más grande y más acerbo, porque no le fue mostrada compasión de parte de los hombres, ni consolación de parte de Dios. Por eso Cristo, estando en la cruz, grita diciendo: “¡Oh Dios Padre! ¿cómo es que me has abandonado?”. A pesar de que el alma de Cristo fuese siempre bienaventurada y viese a Dios, sin embargo de un modo admirable Dios dejó la parte sensitiva en su pura naturaleza (Cfr. San Juan de la Cruz, “Subida al monte Carmelo”, l. 2, c 7, 11), es decir sin darle consolación ninguna ni dulzura como sí dio a los mártires, los cuales se burlaban de los castigos, como si no los sintieran. Por eso muchos caminaban sobre el fuego diciendo que les parecía caminar sobre rosas. Y si bien muchos mártires fueron al martirio cantando y alegres, como si no sintiesen los castigos (y vivieron en mucho gravísimos martirios), Cristo, en cambio, durante su pasión comenzó a tener miedo y gran angustia. Y estando en la cruz no aguantó con vida sino desde la hora tercia hasta sexta, o quizás hasta nona. Por eso Pilato se maravilló de que hubiera muerto tan pronto. Esto no fue por otra cosa sino porque como yo he dicho, Él no tuvo ninguna consolación, y estuvo colmado de grandes dolores en cuanto al alma según la parte sensitiva, y en cuanto al cuerpo.


Y podemos considerar la gravedad de sus dolores en cuatro puntos. Primero por parte de la persona que sufrió; por parte de los que lo crucificaron; por parte de la clase de muerte, y por parte de la cruz en la que murió.


En cuanto a la persona, soportó y padeció grandes dolores, considerando su sensibilidad y su delicada complexión. En cuanto al cuerpo, digo que la carne de Cristo fue más delicada y mejor constituida que la de cualquier otro hombre: ya que fue formada de la purísima sangre de la Virgen María por obra del Espíritu Santo. Y por eso todo castigo le fue más acerbo, pues vemos que un mismo castigo lo siente uno más que otro, en cuanto que tenga una complexión más perfecta; y un hombre delicado siente más un pequeño pinchazo que un zafio rústico una espina que se le haya clavado en el pie; y vemos que más se siente en el ojo una pequeña molestia que en el talón una grande. Y porque el cuerpo de Cristo fue más bello y más delicado que el de todos los otros hombres, cualquier sufrimiento le resultó más acerbo.


En cuanto al alma, debemos considerar su inocencia y su justicia. Que, como dice san Pedro, “Cristo no cometió ningún pecado de ninguna especie”, y sin embargo su muerte fue más injusta y más dolorosa. Porque vemos que un mismo castigo sufrido por alguien que lo ha merecido y por alguien que sea inocente, más lo siente el que es inocente, y tanto más lo siente cuanto más inocente es. Y supongamos que el hombre no haya cometido aquella culpa por la cual es castigado, entonces éste puede pensar que Dios lo haya juzgado por otros pecados suyos, como suele decirse: “un pecado viejo conlleva una penitencia nueva”; y con esto se consuela de algún modo. Pero Cristo no encontraba culpa en Él, ni pequeña ni grande, por la cual debiese ser castigado. Por eso Él, lamentándose por medio del profeta, dice: “Pueblo mío, ¿Qué te he hecho, que me devuelves tanto mal a cambio?”. Y en el Salmo dice: “Pago aquella deuda que yo no contraje”.


Además, supongamos que el hombre padezca injustamente: él tiene gran consuelo cuando ve que la gente le tiene compasión, y consideran que se le ha hecho una injusticia. Pero el dolor de Cristo fue grave por eso: porque todos los hombres le gritaban que Él era pecador y digno de muerte. Y decían a Pilato: “Si éste no fuese un malhechor, no lo habríamos traído ante ti”. Y para mayor dolor suyo y desprecio, Barrabás, conocido ladrón y homicida, fue liberado por aclamación del pueblo; y Cristo fue juzgado por la furia del pueblo, al grito de: “¡mátalo!, ¡mátalo! ¡crucifícalo!”. Y además, para mayor deshonor suyo, y para dar a entender que Él era no solamente malvado, sino el capitán principal entre los malhechores, fue crucificado en medio de dos ladrones.


Tuvo también dolor de compasión, cuando veía a la Madre llorar afligida, y veía que era maltratada por los Judíos, que no la dejaban acercar a la cruz; y porque la amaba con gran amor, sintió por ella un gran dolor. Pero especialmente tuvo dolor de compasión por los Judíos y otros pecadores, a los que veía de tal manera obstinados en el pecado, que no tendrían participación en el mérito de la pasión. Y este dolor mostró antes de su pasión llorando sobre Jerusalén; y luego lo demostró en la cruz, cuando llorando y gritando rogaba al Padre por los que lo crucificaban. Y que el dolor de la compasión fuese mayor que el de la pasión, se demuestra en que Cristo jamás lloró por su propia pena, sino que más bien lloró por compasión de nuestra culpa y nuestra pena.

Continuará...