VACANTIS APOSTOLICAE SEDIS

"Quod si ex Ecclesiae voluntate et praescripto eadem aliquando fuerit necessaria ad valorem quoque." "Ipsum Suprema Nostra auctoritate nullum et irritum declaramus."

EL MIEDO AL PAPA (Mons. Gaume) (XV)


Mons. Gaume
¿Adónde debe llevarnos el miedo al Papa?


                                                                                 I.

El mundo actual está muriendo por falta de verdad. Al considerar lo que sucede, al prever lo que nos amenaza, cada uno puede y debe decir con el temor de su alma: “Señor, sálvame; porque las verdades están disminuidas y reducidas entre los hijos de los hombres”. Nada está mejor justificado que este grito de alarma. La verdad es la vida de las naciones.

Cuantas menos verdades hay en un pueblo, más segura es su decadencia y su inevitable ruina.

Por el contrario, cuanto mayor es el número de verdades en un pueblo, más fuerte y más general es la aceptación de esas verdades, más abundante es la vida de ese pueblo; cuanto más consolidada sea su prosperidad, más segura será su longevidad.


                                                                                II.

El Papa es el depositario infalible de la verdad. De sus labios y sólo de sus labios fluye pura y soberana sobre el mundo, como el rocío del cielo, para fertilizar la tierra; como los rayos del sol para iluminar al género humano y dirigirlo en su marcha hacia sus destinos eternos.

Como Aquel cuyo lugar ocupa, el Papa puede, aunque en un sentido diferente, decir de sí mismo: “Yo soy el camino, la verdad y la vida; El que me sigue no camina en tinieblas". Todo lo que hay de civilización en el mundo afirma estas palabras.


                                                                                III.

Así, dar la espalda al Papa es dar la espalda a la verdad, a la justicia, a la vida; es envolverse en las tinieblas, caminar de error en error, de revolución en revolución, de precipicio en precipicio, hasta el último abismo, en cuyo fondo está la muerte, en las convulsiones de la agonía. Así han perecido todas las naciones que han vivido, así perecerán todos los que viven y siguen el mismo camino: Omne regnum quod non servierit tibil peribit (Is. LXXII, 12).


                                                                                IV.

Por citar sólo un ejemplo: así termina la nación griega, el gran imperio de Oriente. Eran mediados del siglo XV; el Papa, que preveía su ruina, hizo un último esfuerzo para retenerla en la pendiente del abismo en el que iba a ser tragada.

Para ello envió a su representante, el célebre cardenal Isidoro. Llegó a Constantinopla, en el momento en que el terrible Mahoma II iba a apoderarse de la ciudad, y ofrecer al mundo aterrorizado el espectáculo de una catástrofe similar a la toma de Jerusalén por Tito.

Aterrorizados por el miedo al Papa, que era el único que aún podía salvarlos, los griegos insultaron a su representante, despreciaron sus consejos y rechazaron su ayuda. En su odio ciego, vociferaban en las calles de la ciudad culpable: “¡Más vale el turbante de Mahoma que el sombrero de Isidoro!”

Se escuchó su grito: no querían el sombrero, consiguieron el turbante.


                                                                                V.

Perecer para una nación, especialmente para una nación bautizada, no siempre es, como la nación griega, desplomarse en sangre, es perder la vida moral, preservando más o menos la vida material, el progreso material, su material tranquilidad, su poder y su riqueza materiales.

Privada de lo mejor de sí misma, esta nación se convierte en el hombre animal, animalis homo, que sólo comprende las cuatro necesidades de la bestia: beber, comer, dormir y digerir.

Este es el castigo inevitable de su orgullo. Este castigo está escrito con caracteres indelebles en el código del Supremo Legislador.

Caída por su propia culpa de las alturas del orden sobrenatural, de las regiones puras de la verdad, esta nación ya no comprende su dignidad de ser razonable, y menos aún su dignidad de ser cristiana. A las nobles inspiraciones del ser inmortal sucedieron los groseros instintos de las bestias de carga: Homo cum in honore esset, non intellexit: comparatus est jumentis insipentibus, et similis factus est illis (Sal. XLVIII, 13).


                                                                                VI.

Siendo el Papa depositario y órgano necesario de la verdad, y siendo la verdad vida y libertadora de las naciones, veritas liberavit vos, ¿qué pensar de un mundo que teme al Papa, que odia al Papa, que persigue al Papa, que quisiera aniquilar al Papa, que por sus tendencias generales camina en las antípodas del Papa: ¿qué se debe esperar?

¿Qué debemos pensar de un paciente moribundo que teme al médico que tiene un remedio infalible, que odia a este doctor; que le prohíbe el acceso a su cama; que, con estúpida obstinación, le cierra la entrada de su casa? ¿Qué debe esperar este paciente?


                                                                                VII.

Nos gustaría equivocarnos y no dar crédito a nuestros ojos ni a nuestros oídos, pero tal es, en nuestra convicción profundamente dolorosa, el estado del mundo actual y sus disposiciones hacia el Papa.

Sin ser profeta, ni hijo de profeta, podemos decir sin temor que este mundo está amenazado de colapso general. Lo que es más claro y lo que más tristemente da razón a estas inducciones de la lógica cristiana es la ceguera de este mundo, que no sólo ya no comprende las leyes de su vitalidad, sino que desprecia y odia a quienes tienen el coraje de recordárselas.

Continuará...