CARTA CIRCULAR A
“LOS AMIGOS DE LA CRUZ”
SAN LUIS Mª GRIGNION DE MONFORT
Pero no basta con sufrir: también el demonio y el mundo tienen sus mártires. Es preciso que cada uno sufra y lleve su cruz siguiendo a Jesucristo: «que me siga» (Mt. 16, 24), es decir, llevándola como Él la llevó. Y para eso habéis de guardar estas reglas:
PRIMERO: No os busquéis cruces a propósito ni por culpa propia. No hay que hacer el mal para que venga el bien (Rom. 3, 8). No conviene, sin una inspiración especial, hacer las cosas mal para atraerse el desprecio de los hombres.
Hay que imitar, más bien, a Jesucristo, del que se dijo «todo lo ha hecho bien» (Mc. 7, 37), y no por amor propio o vanidad, sino por agradar a Dios y para ganar al prójimo. Y si os dedicáis a cumplir lo mejor que podáis vuestros deberes, nos os faltarán contradicciones, persecuciones y desprecios, pues la Divina Providencia os los enviará, contra vuestra voluntad y sin que lo elijáis.
SEGUNDO: Si vais a hacer cualquier cosa en sí indiferente, que, aunque sea sin motivo, pudiera escandalizar al prójimo, absteneos de hacerlo por caridad, para evitar el escándalo de los débiles (1 Cor. 8, 13). Y el acto heroico de caridad que en esa ocasión hacéis vale infinitamente más de lo que hacíais o queríais hacer.
Sin embargo, si el bien que hacéis es necesario o útil al prójimo, aunque algún fariseo o mal espíritu se escandalice sin motivo, consultad con alguien prudente para aseguraros de que lo que hacéis es necesario o muy útil al común de los prójimos; y si él así lo considera, continuad haciéndolo y dejadles murmurar, con tal de que os dejen actuar, contestando en esta ocasión aquello que respondió Nuestro Señor a algunos de sus discípulos, cuando vinieron a decirle que había escribas y fariseos que se escandalizaban de sus palabras y actos: «dejadles; están ciegos» (Mt. 15, 14).
TERCERO: Algunos santos y varones ilustres han pedido, buscado e incluso procurado por medios ridículos cruces, desprecios y humillaciones. Pues bien, eso debe movernos a adorar y admirar la obra extraordinaria del Espíritu Santo en sus almas, y a humillarnos ante tan sublime virtud; pero no ha de llevarnos a pretender volar tan alto, pues nosotros, comparados con esas águilas veloces y esos leones rugientes, no pasamos de ser pollos mojados y perros muertos.
CUARTO: No obstante, podéis e incluso debéis pedir la sabiduría de la cruz, que es una ciencia sabrosa y experimental de la verdad, por la que se entienden a la luz de la fe los más ocultos misterios, entre otros el de la cruz; pero es ciencia que no se alcanza sino a través de muchos trabajos, profundas humillaciones y fervientes oraciones. Si necesitáis este espíritu generoso (Sal. 50, 14), que permite llevar con valor las más pesadas cruces; este espíritu bueno (Lc. 11, 13) y suave, que hace, en la parte superior del alma, gustar las amarguras más repugnantes; este espíritu puro y firme (Sal. 50, 12), que solamente busca a Dios; esta ciencia de la cruz, que contiene todas las verdades; en una palabra, este tesoro infinito que nos hace partícipes de la amistad de Dios (Sab. 7, 14), pedid la sabiduría; pedidla incesantemente, con toda insistencia, sin vacilar (Sant. 1, 5-6), sin temor de no alcanzarla, e infaliblemente la recibiréis. Y entonces comprenderéis claramente, por experiencia, cómo se puede llegar a desear, a buscar y a gustar la cruz.
QUINTO: Cuando por ignorancia o incluso por culpa propia hayáis cometido cualquier torpeza que os acarree alguna cruz, humillaos inmediatamente bajo la mano poderosa de Dios (1 Pe. 5, 6), sin consentir en turbaciones, diciendo interiormente, por ejemplo: «¡éstos son, Señor, los frutos de mi huerto!». Y si en vuestra falta hubiese algún pecado, aceptad como un castigo la humillación que os sobreviene. Muchas veces, permite Dios que sus mejores servidores, que son los más levantados por su gracia, cometan las faltas más humillantes para humillarlos ante sí mismos y ante los hombres, y para quitarles así la vista y la consideración orgullosa de las gracias que Él les concede y del bien que hacen, a fin de que, como dice el Espíritu Santo, «ningún mortal pueda enorgullecerse ante Dios» (1 Cor. 1, 29).
SEXTO: Estad bien convencidos de que todo cuanto hay en nosotros está todo corrompido por el pecado de Adán y por los pecados actuales (Rom. 3, 23), y no sólo los sentidos del cuerpo, sino también las potencias del alma. Y de que desde el momento en que nuestro espíritu corrompido considera algún don de Dios en nosotros con morosidad y complacencia, ese don, esa acción, esa gracia se ensucian y corrompen, y Dios aparta de ellas su divina mirada. Y si las mismas miradas y pensamientos del espíritu humano echan así a perder las mejores acciones y los dones más divinos ¿qué diremos de los actos de la propia voluntad, que son aún más corruptos que los del entendimiento?
Después de eso, no nos extrañemos, pues, si Dios se complace en ocultar a los suyos en el asilo de su presencia (Sal. 30, 21), para que no se vean manchados por las miradas de los hombres ni por su propio conocimiento. Y para ocultarlos así ¡qué cosas permite y hace ese Dios celoso! ¡Cuántas humillaciones les procura! ¡De qué tentaciones permite que sean atacados, como San Pablo (2 Cor. 12, 7)! ¡En qué incertidumbres, tinieblas y perplejidades les deja! ¡Oh qué admirable es Dios en sus santos, y en las vías que Él dispone para conducirles a la humildad y la santidad!
Continuará...