LA CONFESIÓN DE SAN PEDRO
L'Évangile médité et distribué pour tous les jours de l'année,
suivant la concorde des quatre Évangélistes,
Bonaventure Girardeaux
4ème edition, tome troisième, Metz, 1801
*Nota: Comentario anterior al Concilio Vaticano
PRIMER PUNTO.
Como fue hecha dicha confesión.
1º Lo que la precede es la oración. Jesús entonces partió de Betsaida con sus Discípulos, para ir a las aldeas vecinas de Cesarea de Filipo; y en el camino, mientras oraba en particular, teniendo consigo a sus discípulos, los interrogó. Después que Jesús despidió al ciego curado, continuó su viaje con sus Apóstoles, recorriendo los pueblos y aldeas hasta los alrededores de Cesarea de Filipo, ciudad situada al norte de Palestina, hacia las fuentes del Jordán, y distinta de Cesarea de Palestina, ubicada en el Mar Mediterráneo. Cuando se acercó a este lugar, se retiró a un lugar remoto, entonces solo se llevó consigo a sus Apóstoles; incluso se separó de ellos para entrar en oración. La gente que se les había unido en el camino le estaban esperando en el campo, y los Discípulos, más cerca de Él, le observaban en silencio mientras oraba. Cuando J. C. quiso elegir sus apóstoles, comenzó orando. En esta circunstancia, donde quiere designar al jefe de sus Apóstoles y su Vicario en la tierra, nuevamente comienza orando. Fue en la oración que Jesús formó el plano de su iglesia, y de todo el orden jerárquico que allí se estableció; era de esto que hablaba con su Padre, fue por esta amada Iglesia por la que oró y de la cual se ocupó hasta haberla adquirido por el derramamiento de su Sangre; también es mediante la oración que esta Esposa santa se une a su Esposo celestial; es a través de la oración que ella se vuelve fértil, y que nos da la vida y el alimento, y que nos enriquece con todos sus tesoros. Hijos de la oración, ¿qué ardor tenemos para rezar ?
2º Lo que da lugar a esta confesión es una conversación privada. Una vez hubo terminado su oración, Jesús vino a buscar a sus discípulos, y caminando con ellos, con la gente siguiéndolos a un poco de distancia, comenzó a conversar con ellos y a preguntarles, diciéndoles: ¿Quién dicen las gentes que es el Hijo del hombre ? ¿Quién dicen que soy? Ah, ¡qué útiles y conmovedoras serían nuestras conversaciones, si no habláramos nada más que de Jesucristo, de sus misterios, de su doctrina y de los intereses de su gloria! Los Apóstoles le respondieron: Algunos dicen que eres Juan el Bautista, otros, Elías, otros, Jeremías y otros, uno de los antiguos profetas, que ha resucitado. ¡Pobre de mí! ¡Pues el espíritu del hombre es propenso al error, y naturalmente opuesto a las verdades de la salvación! ¿Cómo puede ser que entre este pueblo diligente en escuchar a J. C., y espectador de sus milagros, la opinión más común no fuera que Él era el Mesías que todos esperaban. ? Unos pocos, muy pocos en número, lo reconocieron; pero el gran numero prefiere ceder a todo tipo de quimeras y extravagancias, que reconocer a un Mesías que no es conforme a sus deseos. La humildad y la santidad de J. C., esto es lo que, aún hoy, impide que el mundo lo reconozca; pero dejemos que el mundo se pierda en sus sistemas y en sus quimeras, y nosotros busquemos la verdad en el cuerpo apostólico, escuchemos a su jefe, y nunca nos separemos de la Fe de los primeros pastores, pues únicamente esta Fe puede disipar nuestros errores y calmar nuestras inquietudes.
3.° Lo que la acompaña es una fe animada y reflexiva. Jesús entonces preguntó a sus Apóstoles: Y vosotros, ¿quién creéis que soy ? Simón-Pedro, tomando la palabra, dice: Tú eres el Cristo, el Hijo de Dios vivo, es decir, el Mesías. Esta confesión de San Pedro fue notable por la fe que la acompañó, y que merecía ser elogiada y recompensada por el Salvador. No era la primera vez que Jesús fue llamado el Hijo de Dios. Además del hecho de que los demonios comúnmente lo llamaban así, Natanael inicialmente le había dado ese nombre en un movimiento de admiración. Los apóstoles todos juntos, apenas regresados de su miedo en el Mar de Tiberíades, también le había dado el mismo nombre. El día después de la primera multiplicación de los panes, después de las maravillas del Mar de Tiberíades y del país de Génésar, nuevamente San Pedro, penetrado por los acontecimientos que habían precedido, hizo en nombre de todos la misma confesión que hace aquí. Pero tal vez los sonidos de sorpresa, de alegría, de admiración, de miedo, que, en estas diferentes ocasiones, habían como extraído esta confesión, también habían reducido su valor. Aquí no hay nada de eso, pues los espíritus están en paz, y sólo la fe actúa. Me uno a este bendito ¡Apóstol, oh Jesús! y postrado a tus pies, te reconozco como el Mesías, el Cristo, el ungido de Dios, el Hijo de Dios, no por adopción, sino por naturaleza. Reconozco en ti la Palabra encarnada, la naturaleza divina y la naturaleza humana, subsistiendo en una sola persona, la segunda de la Santísima Trinidad. Reconozco que, dependiendo de tu naturaleza humana, eres verdaderamente hombre como yo, y según tu naturaleza divina, verdaderamente Dios, igual al Padre, y un solo Dios con el Padre y el Espíritu Santo. Te reconozco como mi rey, mi Salvador, mi mediador y mi Dios, en quien pongo toda mi esperanza, y a quien dedico todo mi amor.
Continuará...