VACANTIS APOSTOLICAE SEDIS

"Quod si ex Ecclesiae voluntate et praescripto eadem aliquando fuerit necessaria ad valorem quoque." "Ipsum Suprema Nostra auctoritate nullum et irritum declaramus."

EL MIEDO AL PAPA (Mons. Gaume) (III)

Mons. Gaume

¿Cuál es la ley violada?

                                                                               I

Puesto que el hombre, individual o colectivo, no se hizo a sí mismo; ya que no es ni puede ser producto de átomos unidos fortuitamente entre sí; no es ni la mejora de una carpa, ni el hijo de un mono: es, por tanto, obra de un Ser superior, que existe por sí mismo.

Este Ser que lleva un nombre sobre todo nombre: Yo soy el que soy: Ego sum qui sum, es el creador de todas las cosas visibles e invisibles, visibilium omnium et invisibilium.

De su existencia, de su poder, de su sabiduría, de su bondad, las criaturas que nos rodean son tantos testigos, desde el insecto escondido bajo la hierba, hasta el sol cuyos rayos vivifican, iluminando, todas las partes del universo.

A este Ser, principio y fin de todo lo que existe, ningún pueblo hay que no Le haya conocido; que no Le haya adorado; que no Le haya invocado; que no Le haya reconocido como supremo Legislador del universo (San Agustín).


                                                                                II

Con razón, el absurdo más colosal sería suponer que después de haberlas sacado de la nada, este Ser infinitamente poderoso, infinitamente sabio, infinitamente bueno, habría abandonado estas criaturas, obra de sus manos, al azar, sin hacerles saber su fin, sin darles los medios para alcanzarlo.

Este fin no es otro que Él mismo: universa propter semetipsum operatus est Dominus (Prov. XVI, 4); de modo que toda la creación, descendida de Dios, debe volver a Dios. Estos medios son las leyes de los seres. La preservación de los seres y su mejora están ligadas a la observación de estas leyes. La violación de estas mismas leyes constituye un desorden que conduce al malestar, a la degradación, a la ruina.


                                                                               III

Entre todas las leyes divinas, ¿cuál es aquélla cuya violación es la pesadilla del mundo de hoy? Acabamos de indicarla: es la gran ley que rige el universo, tanto para las criaturas inanimadas como para las animadas, inteligentes y libres, y en virtud de la cual toda criatura debe tender a su centro.

La piedra arrojada al aire desciende hacia la tierra, centro de donde fue tomada y lugar de su reposo; los ríos, los arroyos, las corrientes más débiles tienden a los mares, de donde vinieron y en cuyo seno encuentran tranquilidad.


                                                                             IV

Esta ley que las criaturas inferiores al hombre cumplen necesariamente, el hombre debe cumplirla libremente. Debe hacerlo por la dignidad de su naturaleza; debe hacerlo por la sublimidad de sus funciones de Rey y Pontífice, entre las criaturas. Es a través de él que deben alabar a Dios y volver a Dios.

El fin del hombre es, por tanto, Dios, sólo Dios, y sólo puede ser Él. En Él, conocido, amado y poseído, y sólo en Él, la luz infinita, el amor infinito, la vida infinita, el espíritu del hombre, su corazón, su cuerpo, encuentran su plena realización, el apaciguamiento de sus deseos, el delicioso descanso fortalecido en todos los lados.


                                                                            V

Así, las leyes de la lógica más elemental conducen a esta conclusión: que de todas las aspiraciones del hombre, Dios es el objeto necesario. No importa si estas aspiraciones se extravían en su aplicación. Así como la ley universal de los seres es tender a su centro, para el hombre tender a Dios es su ley. Brújula inteligente, éste es el polo que busca constantemente, y sus oscilaciones sólo cesan después de haberlo encontrado (San Agustín, Conf., c. I).

Esta ley de la que el hombre no puede escapar es formulada así por el mismo Creador: 
“Temer a Dios y observar sus mandamientos: 
he ahí todo el hombre” 
(Ecl. XII, 13).

Entendámoslo claramente; sí, todo el hombre, en sus pensamientos, en sus afectos, en sus acciones, en su vida privada y en su vida social, en su presente y en su futuro.


Continuará...


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