VACANTIS APOSTOLICAE SEDIS

"Quod si ex Ecclesiae voluntate et praescripto eadem aliquando fuerit necessaria ad valorem quoque." "Ipsum Suprema Nostra auctoritate nullum et irritum declaramus."

SERMÓN PARA EL DÍA DE NAVIDAD (V)


Beato Claudio de la Colombière

SERMÓN PARA EL DÍA DE NAVIDAD 



De modo que en lugar de la espesa oscuridad en la que estábamos antes del nacimiento del Mesías, me parece que aquí estamos con los Pastores de Belén todos rodeados de luz: Et claritas Dei circumfulsit illos. Claridades que consuelan al alma ferviente que las desea con ardor, pero que perturban a las almas tibias y lentas, que ya no podrán tener excusa ante la vista de esta luz que les revelará lo que no querrían para ver. Si Jesucristo se hubiera contentado con transmitirnos su doctrina en los libros, aparte de que los sentimientos habrían estado divididos sobre su moral, como lo están sobre los dogmas más claros del Evangelio, todavía estaríamos convencidos de que todo lo que este divino maestro nos habla acerca de la santidad es menos una meta que el hombre puede alcanzar que una idea brillante capaz de humillar su mente en la impotencia donde no puede alcanzarla: pero cuando vemos cada punto de esta santa doctrina, cada precepto sostenido por mil ejemplos, y ejemplos de un único Dios; cuando vemos a un Dios pobre, un Dios humillado, un Dios obediente, un Dios muriendo libremente en una cruz; verborum veritas splendet effectibus confirmata; entonces, dice el erudito Teodoreto, la verdad de las palabras evangélicas confirmadas por los hechos, se muestra a tanta luz que ya no podemos negarnos a su luz; nos vemos obligados a admitir que vemos claramente lo que se debe hacer, pero que no podemos decidirnos a hacerlo.


Todo lo que he dicho hasta ahora sobre el guía que el Cielo nos ha dado, mostrando que conoce los caminos que conducen a Dios, que los enseña con gran claridad y que camina por ellos delante de nosotros; todo esto muestra claramente que nuestra ignorancia ya no tiene un pretexto plausible: pero ¿no podría nuestra debilidad hacer inútiles todas estas ventajas? Las mismas luces que nos descubren el camino, al mismo tiempo nos hacen ver las dificultades. ¿No es esta visión capaz de aplastar el coraje de quienes tienen el mayor ardor por el bien? Así sería, cristianos oyentes, si no conociéramos el poder de Aquel que nos guía, y si no tuviéramos la seguridad de que Él nos sostendrá tanto con su ayuda como nos iluminará con sus consejos. Este debería ser el cuarto punto aquí; pero para no extendernos demasiado, basta señalaros que los maestros ordinarios sólo comunican sus luces a la mente, pero es Jesucristo quien difunde su fuerza en los corazones; que Él es la fuente, no sólo de la verdad, sino también de la gracia; que Él está, como dice San Juan, lleno de ambas, y que las presenta a ambas al mismo tiempo.

Por eso el Profeta, previendo el advenimiento del Hijo de Dios, después de haber dicho que los caminos torcidos serían enderezados, añade que los caminos ásperos se allanarán: para enseñarnos que debía descubrirnos los caminos de la salvación, y al mismo tiempo facilitárnoslos: Erunt prava in directa, et aspera in vias planas. Este nuevo guía, oyentes cristianos, no podría compararse mejor que con la columna de fuego que condujo al pueblo de Israel a la tierra prometida. Es cierto que ella lo guió por los desiertos espantosos y estériles, por países bárbaros y desconocidos, como para convertirlo en presa de los pueblos que los habitaban; pero al mismo tiempo esta nube celestial alivió todas las dificultades del pueblo escogido, se extendía durante el día por todo el campamento, para defenderlo del calor del sol: cada mañana derramaba maná para alimentarlos, encendía fuegos y rayos contra los que se oponían al paso de la amada nación. Aquí, señores, tenemos una figura perfecta del Redentor. Es una nube misteriosa que nos cubre de noche y de día; Él no sólo disipa las tinieblas de nuestra ignorancia, sino que nos sostiene en los trabajos que encontramos a su paso, nos nutre de dulzuras y consuelos celestiales, calma nuestras pasiones, pone en fuga a los demonios y nos da la victoria sin casi apenas pelea. Pax hominibus bonae voluntatis, los Ángeles cantan hoy sobre los montes de Belén; dirigen sus himnos a hombres que aspiran a la santidad y que arden del deseo de seguir a su nuevo Rey. No les invitan a protegerse contra las dificultades que surgen en la práctica de la virtud, a tomar las armas contra sus enemigos; al contrario, les anuncian la paz, les declaran que sólo se les exige buena voluntad: como si dijeran que Jesucristo hará todo lo demás; que no sólo tomará sobre sí el peso de nuestros crímenes, sino que Él mismo nos llevará sobre sus hombros; que sólo Él luchará, que Él superará todos los obstáculos, en una palabra que sólo nos quedará seguirlo y recoger el fruto de su victoria.


¡Alabada sea por siempre la bondad y el poder de nuestro Dios, que nos proporciona tan ventajosa condición! Para ser Santo, bastará, pues, con querer serlo: el mayor de todos los bienes, la mayor felicidad, la única felicidad de esta vida, sólo nos costará deseos. ¿Qué pensáis, almas tibias, vosotras que habéis languidecido durante tantos años en vuestras imperfecciones, y que no queréis dar un solo paso para acercaros a vuestro Dios? ¿Qué pretexto podéis utilizar para colorear vuestra languidez? Alegáis, con el paralítico del Evangelio, que os falta un hombre que os guíe o que os lleve hasta el término de donde queréis llegar. Hominem non habeo. Aquí está, este hombre que tiene una iluminación infalible para conocer la verdad, un celo ardiente para enseñarla, una caridad inalterable para conducir a ella, una fuerza invencible para sostener y ayudar a caminar por los senderos espinosos de la virtud: Dios, Él mismo se hizo hombre para proporcionaros todas estas ventajas. Ya no podéis ignorar lo que debéis hacer, el Evangelio habla con demasiada claridad y la vida de Jesucristo es un modelo demasiado visible. Ya no podéis disculpar vuestra debilidad: la gracia de Jesucristo es una ayuda demasiado poderosa para no dejarnos motivos para quejarnos de nuestra insuficiencia. No son las fuerzas las que se nos exigen; Dios conoce demasiado bien los dones que ha dado a sus criaturas para exigirles más de lo que les ha dado: sólo se nos pide una voluntad sincera, las fuerzas os vendrán de otra parte; y cuando vuestro deseo sea verdadero, Dios preferirá carecer de poder antes que a vosotros os falte ayuda.

Continuará...