TU ES PETRUS!
Un nombre más se acaba de añadir a la serie augusta de nombres que desde Cristo acá llenan la historia de la Iglesia.
León XIII se sienta hoy en la silla de Pio IX el Grande, como éste se sentó en la de Gregorio XVI, y éste en la de León XII, y éste en la de Pio VIII, y como otros cien y cien se han sentado en ella desde que la ocupó Pedro el pescador, y otros cien y cien se sentarán en la misma hasta que con el final juicio se cierre tan maravillosa é imperecedera dinastía.
¿Hay en la inmensa variedad de las cosas humanas alguna que a ésa siquiera de lejos se asemeje? No, porque, como decíamos en el articulo anterior, ésta pertenece à todas luces al orden puro y exclusivo de las maravillas divinas. Es éste, entre todos, el signo más visible de la intervención real y directa y especialísima de Dios en las cosas de su Iglesia. La fe nos enseña que el Papado es su augusta representación sobre la tierra. Mas, aunque la fe no lo enseñase. parécenos que la razón sola le adivinaría ó por lo menos le vislumbraría este divino carácter, con sólo fijarse en el aspecto verdaderamente fenomenal y extranatural que ofrece todo lo que á él se refiere.
Después de esto, no sabemos si es más bien risa o compasión lo que nos causan esos desdichados revolucionarios, que ante el esplendor y majestad de tales maravillas no saben mas que entregarse á cálculos y conjeturas mezquinas sobre si el Papa de hoy será más intransigente que el de ayer ó más conciliador, y otras sandeces y niñerías de este jaez. ¡Insensatos! ¡Menguados! ¡Miopes, por no decir ciegos de espantosa ceguera! ¡Queréis aplicar a ese orden de procedimientos del todo divinos el criterio ruin y de cortos alcances que os guía a vuestras apreciaciones groseramente humanas! El Papa, conciliador ó intransigente, moderado ó radical, ha de ser siempre Papa, y eso le basta para que sea vuestro tormento. Blando ó recio de condición; inflexible ó dúctil en sus trazas; marchando siempre de frente por su derrotero por encima los escollos, ó sorteándolos con habilidad, gracias á ingeniosas y prudentes viradas; tronando severo como Juez, ó amonestando benigno como padre, ó gimiendo dolorido como víctima; el Papa es el vigía de Dios para conoceros, es la voz de Dios para condenaros, es el poder de Dios para en su día rendiros, ¿Qué os han de importar, pues, las condiciones meramente personales de este poder, en el cual lo de menos es la persona?
Nada de eso nos tiene en la menor alarma por lo que toca a los de nuestro campo. El católico venera en el Papa la autoridad de una institución, no el prestigio más ó menos fundado de un nombre. Comprendemos que la palabra León XIII no suene hoy todavía tan dulce á los oídos ni al corazón como la palabra Pio IX el Grande. La larga duración del último Pontificado, que muchos de nosotros empezamos á conocer cuando entramos en la vida, nos había hecho tan familiares el nombre del anciano Pastor y sus hechos y hasta su fisonomía, como el nombre, los hechos y la fisonomía de nuestros más íntimos deudos y amigos. Los que por vez primera le vimos en el Vaticano hace dos años, ninguna sorpresa experimentamos por lo que toca á sus facciones. Las teníamos muchos años ha conocidas. No es, por consiguiente, de extrañar que el nuevo Papa se les haga como forastero á los que en eso se dejan llevar, más que de otra influencia alguna, de las impresiones sensibles. Sin embargo, no hay católico alguno de veras que haga estribar en tan flaco cimiento el edificio de su fe y de su adhesión á la Cátedra augusta é infalible de la verdad. Los impíos que otra cosa crean, llevarán en eso, como en todo, su desengaño. Por León XIII se rogará, y se irá en romería y se dará limosna, como se hizo por su llorado antecesor. El nombre de León XIII hará palpitar los corazones, saltar de los ojos las lágrimas, estremecer de júbilo à los buenos en sus fechas de gala, lanzar rugidos de rabia á los malos cada vez que se encuentren con su Non possumus como valladar insuperable á sus embestidas. Grito de guerra será en los actuales combates, voz de aliento en los días lúgubres que nos depare la Providencia, iris de esperanza en medio de la tempestad, blanco de contradicción y de mortal encarnizamiento para todos los enemigos de Dios, de la Iglesia y de la sociedad. El Papa es más que una persona, es una personificación. La persona muere y varia: la personificación es inmortal é inmutable como Dios. Pedro puesto por Cristo al timón de su Iglesia, no lo ha soltado aún de sus manos, porque manos suyas fueron las de doscientos cincuenta y tantos Pontífices que mediaron entre él y éste que personifica hoy su gloriosa autoridad.
Tu es Petrus! Sí, ¡tú eres Pedro! Llámenme los hombres Pío, León, Sixto, Gregorio, Juan, Inocencio, Cleto ó Marcelino, tú eres Pedro, y por ser Pedro eres la piedra en que fundó Dios su Iglesia. Eres Pedro, y lo que desates en la tierra desatado quedará en el cielo, y lo que ligues en la tierra, en el cielo ligado quedará.
¡A Pedro, pues, que habla hoy y manda por boca de nuestro esclarecido Padre y Pastor León XIII, absoluta sumisión, fidelidad sin limites, entera obediencia, entrañable amor!
Marzo, 1878.
R.P. Sardá y Salvany, Propaganda Católica Tomo VIII, pp.475-477, Barcelona, 1894.
Félix Sardá y Salvany
El Papa es el vigía de Dios para conoceros,
es la voz de Dios para condenaros,
es el poder de Dios para en su día rendiros.
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