23 de agosto del Año del Señor
SAN FELIPE BENICIO,
Confesor
No es aprobado el que se recomienda a si mismo,
sino aquél a quien recomienda el Señor.
(2 Corintios 10, 18).
San Felipe, muy joven aún, exhortó un día a su madre a que diese limosna a los servitas. Una vez que terminó sus estudios, tomó el hábito de esta Orden y recorrió Europa y una parte de Asia, obrando a su paso numerosas conversiones y estableciendo en todas partes cofradías en honor de Nuestra Señora de los Siete Dolores. A la muerte de S.S. Clemente IV, sabiendo que los cardenales pensaban elevarlo al solio de San Pedro, huyó a las montañas y allí permaneció escondido hasta la elección de S.S. Gregorio X. Murió en Siena, en el año 1285, abrazando el crucifijo que él llamaba su libro.
ORACIÓN
Oh Dios, que habéis proporcionado un modelo admirable de humildad en la persona del bienaventurado Felipe, vuestro confesor, concedednos la gracia de despreciar como él los bienes de la tierra para no aspirar sino a las cosas del cielo. Por J. C. N. S. Amén.
MEDITACIÓN SOBRE EL CONOCIMIENTO
DE SÍ MISMO
I. Pocas personas se conocen, porque pocos estudian su interior. Y sin embargo el conocimiento de sí mismo es el más importante de todos los que se pueden adquirir. Mira, pues, hoy, al pie de tu crucifijo, lo que eres en el fondo de tu alma. ¿Qué bien has hecho? ¿Qué pecados has cometido? ¿Qué virtudes has practicado? ¿Qué defecto domina en ti? Examina con cuidado todas estas cosas.
II. Tienes buena opinión de ti mismo porque crees fácilmente a los que elogian tus virtudes. Una falsa apariencia puede engañar a los hombres; pero Dios, que escruta los corazones, no puede ser engañado. Además, comparas tu vida con la de los impíos, y te tienes por santo, porque no eres autor de crímenes monstruosos. Examina el fondo de tu conciencia, compara tu vida con la de los santos, y te resultará fácil la humildad. Muchas cosas se conocen y uno se ignora, se examina a los otros y se tiene miedo de mirarse a uno mismo.
III. Ve lo que Dios aprueba o desaprueba en ti. Esas brillantes cualidades que te atraen la atención de los hombres, tal vez te hacen incurrir en la desgracia de Dios. ¿Trabajas únicamente por amor a Dios? ¿Cumples tus deberes de estado? ¿Juzgas tú mismo de tus acciones como juzgarías las de otro, sin prevención y sin amor propio? Colócate frente a ti mismo como si estuvieras frente a otro, y llora sobre ti mismo. (San Bernardo).
*Muy cierto, queridos hermanos. No sólo no nos conocemos a nosotros mismos, sino que sentimos horror cuando los demás nos corrigen fraternalmente, pues pensamos que somos poco menos que perfectos e infalibles, siendo que no somos nada más que polvo. Si mirásemos más a Nuestro Señor Jesucristo crucificado y escarnecido por amor a nosotros, no gustaríamos tanto de ser alabados y estimados por los demás, pues los elogios y el respeto humano no tienen ningún valor ante Dios. Esforcémonos, pues, por parecernos a Cristo y a María Santísima, la más humilde y buena de las madres, para que Dios nos reconozca como hermanos del Señor e hijos adoptivos suyos. Aprendamos en la escuela de los Santos a hacernos pequeños y despreciados, pues sólo quienes se humillen como los niños tienen asegurada la entrada en el reino de los cielos. Dejemos también de buscar fuera de nosotros, pues en el ruido y la disipación de las cosas exteriores sólo hay confusión y orgullo, mientras que para encontrar a Dios es preciso entrar dentro de uno mismo y hablarle al Dueño de nuestras almas con filial confianza y afecto. Leamos frecuentemente la santa Palabra de Dios revelada en la Sagrada Escritura y el Magisterio papal, meditando profundamente lo que allí se nos dice, pues esas palabras son auténtico maná escondido para nuestras almas. Que San Felipe Benicio interceda por nosotros ante el trono de la Santísima Trinidad, para que nos obtenga ese amor por la humillación y el querer ser los últimos en todo.
Fuentes: Martirologio Romano (1956), Santoral de Juan Esteban Grosez, S.J. – Tomo III, Patron Saints Index.
*Comentario de Un discípulo amado de N.S.J.C.
SAN FELIPE BENICIO,
Confesor
n. 15 de agosto de 1233 en Florencia, Italia;
† 22 de agosto de 1285 en Todi, Italia
† 22 de agosto de 1285 en Todi, Italia
No es aprobado el que se recomienda a sí mismo, sino aquél a quien recomienda el Señor. (2 Corintios 10, 18)
+ San Felipe Benicio, Confesor, que fue propagador de la Orden de Siervos de la bienaventurada Virgen María, y pasó al Señor el día de ayer.
+ En Ostia del Tíber, los santos Mártires Quiríaco, Obispo, Máximo, Presbítero, Arquelao, Diácono, y sus Compañeros, que padecieron, por orden del Prefecto Ulpiano, en tiempo de Alejandro.
+ En Antioquía, el triunfo de los santos Mártires Restituto, Donato, Valeriano y Fructuosa, con otros doce, los cuales fueron coronados con el preclarísimo honor de su confesión.
+ En Egea de Cilicia, los santos Mártires Claudio, Asterio y Neón, hermanos, los cuales, acusados por su madrastra de ser Cristianos, en el imperio de Diocleciano y siendo Presidente Lisias, al cabo de acerbos tormentos, fueron clavados en la cruz, y en ella vencedores triunfaron con Cristo. Padecieron después de ellos Donvina y Teonila.
+ En Reims de Francia, el triunfo de los santos Timoteo y Apolinar, los cuáles, consumado el martirio en la misma ciudad, merecieron el reino celestial.
+ En Lyon de Francia, los santos Mártires Minervo y Eleazar, con ocho hijos.
+ Igualmente, san Lupo, Mártir, el cual, siendo de condición esclavo, alcanzó la libertad de Cristo y fue además honrado con la corona del martirio.
+ En Jerusalén, san Zaqueo, Obispo, que gobernó la Iglesia de Jerusalén el cuarto después del Apóstol Santiago.
+ En Alejandría, san Teonás, Obispo y Confesor.
+ En Útica de África, san Víctor, Obispo.
+ En Autún, san Flaviano, Obispo.
+ En Ostia del Tíber, los santos Mártires Quiríaco, Obispo, Máximo, Presbítero, Arquelao, Diácono, y sus Compañeros, que padecieron, por orden del Prefecto Ulpiano, en tiempo de Alejandro.
+ En Antioquía, el triunfo de los santos Mártires Restituto, Donato, Valeriano y Fructuosa, con otros doce, los cuales fueron coronados con el preclarísimo honor de su confesión.
+ En Egea de Cilicia, los santos Mártires Claudio, Asterio y Neón, hermanos, los cuales, acusados por su madrastra de ser Cristianos, en el imperio de Diocleciano y siendo Presidente Lisias, al cabo de acerbos tormentos, fueron clavados en la cruz, y en ella vencedores triunfaron con Cristo. Padecieron después de ellos Donvina y Teonila.
+ En Reims de Francia, el triunfo de los santos Timoteo y Apolinar, los cuáles, consumado el martirio en la misma ciudad, merecieron el reino celestial.
+ En Lyon de Francia, los santos Mártires Minervo y Eleazar, con ocho hijos.
+ Igualmente, san Lupo, Mártir, el cual, siendo de condición esclavo, alcanzó la libertad de Cristo y fue además honrado con la corona del martirio.
+ En Jerusalén, san Zaqueo, Obispo, que gobernó la Iglesia de Jerusalén el cuarto después del Apóstol Santiago.
+ En Alejandría, san Teonás, Obispo y Confesor.
+ En Útica de África, san Víctor, Obispo.
+ En Autún, san Flaviano, Obispo.
+ Y en otras partes, otros muchos santos Mártires y Confesores, y santas Vírgenes.
R. Deo Gratias.