18 de agosto del Año del Señor
SAN AGAPITO,
Mártir
Dios no nos ha dado un espíritu de temor,
sino de fortaleza y amor y sobriedad.
(2 Timoteo, 1,7).
San Agapito, mártir en Prenesta, en la Campaña romana, fue encarcelado a la edad de quince años, azotado con nervios de buey y arrojado después en una espantosa mazmorra, donde quedó abandonado cuatro días sin alimento. Sacándolo de allí, le pusieron brasas encendidas sobre la cabeza, y como no cesaba de dar gracias a Dios, lo suspendieron de los pies encima de un brasero; en seguida arrojaron agua hirviendo y le quebraron las mandíbulas. Por fin, fue arrojado a los leones, y como éstos lo respetasen, se dio término a sus tormentos decapitándolo, hacia el año 274.
ORACIÓN
Que vuestra Iglesia, oh Dios mío, se regocije con el apoyo que encuentra en los sufragios del bienaventurado Agapito, vuestro mártir, y que, sostenida por su gloriosa intercesión, persevere en la piedad y se afiance en la paz. Por J. C. N. S. Amén.
MEDITACIÓN SOBRE TRES CUALIDADES
QUE DEBEN POSEER LOS CRISTIANOS
I. Todos los cristianos, pero especialmente los que están constituidos en dignidad, deben poseer tres cualidades. La primera, es el coraje, a fin de sostener los intereses de Jesucristo, y oponerse a la violencia de los que quieren oprimir a los inocentes. Es menester que se expongan a la muerte, si es necesario, por la gloria de Dios y el bien del prójimo. Mucho valor tienes tú cuando se trata de defender tu honra: ¿por qué será que tengas tan poco cuando se trata de la honra de Dios?
II. El espíritu del cristianismo es un espíritu de caridad. Dios no quiere que lo sirvamos con temor servil, sino con amor filial. Es nuestro Rey, sí, pero, también, nuestro Padre; tiene para con nosotros entrañas de misericordia, quiere también que recurramos a Él con entera confianza. ¿Qué hacemos para probarle a Dios que lo amamos? ¿Acaso pensamos solamente en Dios? ¿Acaso hablamos sólo de Él o por Él? ¿Acaso trabajamos sólo para su gloria? Amemos a Dios y nada temamos; pero todo temamos si no le amamos. ¡Que el alma que ama viva sin temor; pero que ella tiemble, si vive sin amor! (San Agustín).
III. La prudencia debe regular todas nuestras acciones; debe hacernos adoptar los medios que pueden conducirnos a la perfección, alejarnos de los extremos perniciosos y hacemos encontrar aquel justo medio en el que se halla la virtud. ¡Plegue a Dios que tengas esta sabiduría del Cielo! ¡Ojalá puedas gustar las cosas de Dios, comprender la vanidad del mundo y prever los suplicios del infierno! (San Bernardo).
*En efecto, mis amados hermanos. Los hijos adoptivos del Padre Eterno y hermanos de Jesucristo Nuestro Señor debemos ser valientes para enfrentarnos al mundo y sus engaños para el alma, que a tantos infelices tienen hechizados. Si a alguno le falta valor, que se lo pida a Dios, y Él se lo concederá si el alma muestra buena disposición. Por la Escritura sabemos que el verdadero valor consiste en ser sabio según Dios, esto es, poseer la ciencia y el conocimiento de la Palabra de Dios, con la cual lo juzgamos todo y el mundo nada puede contra nosotros. Un hombre sabio espiritualmente hablando es el varón fuerte que agrada a Dios, pero el mundo no entiende esto ni lo entenderá jamás, de ahí que para el mundo y sus esclavos, el valor se mida únicamente por la fuerza física y bruta, que nada aprovecha si no está inspirada por el santo temor de Dios. La Caridad y la prudencia deben regir también nuestras acciones, pues Dios no es un tirano frío y alejado de Sus hijos, sino que Él es todo entrañas de compasión y misericordia para los justos y rectos de corazón, y todo lo hace en vistas al bien de los que Le aman. Por tanto, seamos agradecidos con tan magno y clemente Padre, levantando frecuentemente nuestro pensamiento hacia Él, alabando y bendiciendo Su Santo Nombre con nuestros labios y nuestros corazones. Pidámosle también al Espíritu Santo que nos haga prudentes, para no caer enredados en los lazos que el enemigo tiende constantemente a quienes frivolizan con las vanidades peligrosas del mundo. Debemos recordar que estamos en tierra de lobos, donde la aplastante mayoría de las personas que nos rodean hoy no conocen a Dios ni quieren saber nada de Él, lo cual es aún peor. La indiferencia y la apostasía fomentadas desde Roma por la infame Ramera montiniana de Babilonia-Sodoma han acabado por extinguir la buena semilla de la verdadera Fe que subsistía a duras penas en bastantes almas, venciéndolas lastimeramente y arrastrándolas hacia el error y la perdición con falsas apariencias de piedad. Contra esa inmunda secta del infierno y contra sus franquicias del Ánomos [sectas de Lefebvre, Thuc, de Nantes, Schuckardt y Kelly] es contra quienes debemos clamar día y noche, exhortando a quienes hayan tenido la desgracia de caer en sus redes para que salgan de ahí a toda prisa, pues Dios pronto la va a castigar como se merece por sus muchos sacrilegios y profanaciones. Que el Mártir San Agapito nos obtenga esa constancia en la confesión de la Verdad que nos haga soportar cualquier penuria y contrariedad que nos pueda venir.
Fuentes: Martirologio Romano (1956), Santoral de Juan Esteban Grosez, S.J. – Tomo III, Patron Saints Index.
SAN AGAPITO,
Mártir
† decapitado hacia el año 274
Dios no nos ha dado un espíritu de temor, sino de fortaleza y amor y sobriedad. (2 Timoteo 1, 7)
+ En Palestrina, el triunfo de san Agapito, Mártir, que, siendo de quince años y ardiendo en el amor de Cristo, de orden del Emperador Aureliano fue preso y azotado primero largamente con crudos nervios; después, por mandado del Prefecto Antíoco, padeció más graves suplicios; y últimamente, de orden del mismo Emperador, arrojado a los leones y saliendo ileso, fue atravesado por la espada del verdugo para ser coronado.
+ En Roma, los santos Juan y Crispo, Presbíteros, que, en la persecución de Diocleciano, sepultaron con grandísima piedad muchos cuerpos de santos, de cuyos méritos hechos ellos también partícipes, se granjearon los goces de la vida eterna.
+ En Roma igualmente, los santos Mártires Hermas, Serapión y Polieno, que, arrastrados por entre angosturas y ásperos peñascos, entregaron a Dios sus almas.
+ En la Iliria, los santos Mártires Floro y Lauro, canteros, los cuales, en tiempo del Presidente Licinio, después del martirio de sus maestros Próculo y Máximo, ambos, al cabo de muchos tormentos, fueron sumergidos en un pozo profundo.
+ En Mira de Licia, los santos Mártires León y Juliana.
+ En Metz de Francia, san Fermín, Obispo y Confesor.
+ En Roma, en la vía Lavicana, santa Elena, madre del religiosísimo Emperador Constantino el Grande, el primero que dio a los demás Príncipes ejemplo de defender y amplificar la Iglesia.
+ En Roma, los santos Juan y Crispo, Presbíteros, que, en la persecución de Diocleciano, sepultaron con grandísima piedad muchos cuerpos de santos, de cuyos méritos hechos ellos también partícipes, se granjearon los goces de la vida eterna.
+ En Roma igualmente, los santos Mártires Hermas, Serapión y Polieno, que, arrastrados por entre angosturas y ásperos peñascos, entregaron a Dios sus almas.
+ En la Iliria, los santos Mártires Floro y Lauro, canteros, los cuales, en tiempo del Presidente Licinio, después del martirio de sus maestros Próculo y Máximo, ambos, al cabo de muchos tormentos, fueron sumergidos en un pozo profundo.
+ En Mira de Licia, los santos Mártires León y Juliana.
+ En Metz de Francia, san Fermín, Obispo y Confesor.
+ En Roma, en la vía Lavicana, santa Elena, madre del religiosísimo Emperador Constantino el Grande, el primero que dio a los demás Príncipes ejemplo de defender y amplificar la Iglesia.
+ Y en otras partes, otros muchos santos Mártires y Confesores, y santas Vírgenes.
R. Deo Gratias.