VACANTIS APOSTOLICAE SEDIS

"Quod si ex Ecclesiae voluntate et praescripto eadem aliquando fuerit necessaria ad valorem quoque." "Ipsum Suprema Nostra auctoritate nullum et irritum declaramus."

EL ESPEJO DE LA CRUZ (XXIII)


CAPITULO 18 - Sobre los oprobios de Cristo.


En quinto lugar debemos considerar los oprobios de Cristo, y las afrentas que recibió de palabra y de obra, y las desmentidas, y las palabras injuriosas que le dijeron. Y debemos saber que Cristo recibió y oyó afrentas y oprobios en cuanto a la dignidad, potestad y las verdades que predicaba, y en cuanto a su santidad y bondad; ya que los Judíos lo injuriaron en estas cuatro cosas. Contra la dignidad decían: “¿acaso no sabemos que este es hijo de un artesano, y de una mujer que se llama María”, que es una mujercita? ¿Acaso no conocemos a sus parientes?. Y de ese modo lo consideraban despreciable. Y aunque fuese Hijo de Dios según la divinidad, y de estirpe real según la humanidad, sólo porque José era pobre y trabajaba no lo consideraban noble. Y aquí se muestra el error del mundo, porque no es considerado noble sino aquél que no hace ninguna otra cosa que divertirse, o criar perros y halcones.


Hablaron contra su potestad cuando obraba y cuando padecía en la cruz. Cuando obraba, decían que obraba expulsando los demonios por virtud del diablo. Y cuando tentándolo pedían un signo del cielo, se lo pedían como diciendo: “Tú no puedes hacer el signo que te pedimos”. Y cuando lloró por Lázaro, había algunos que se burlaban diciéndole: “¿Acaso este, que iluminó al ciego de nacimiento, no podía hacer que Lázaro no muriera?”. Como diciendo: esto no lo puede hacer. Y cuando padecía en la Cruz se burlaban de Él, y moviendo la cabeza decían: “Si es el Hijo de Dios, que descienda de la cruz y le creeremos”. Como diciendo: parece que no puede descender. Por eso decían para escarnecerlo: “Ha salvado a otros y no puede salvarse a sí mismo”. También decían insultándolo: “Este es el que decía que podía destruir y deshacer el templo de Dios, y reconstruirlo en tres días”.


Y estos improperios le decían los sacerdotes, los escribas y la gente que pasaba; y para mayor desprecio suyo el ladrón que estaba crucificado a su izquierda le dijo: “Si Tú eres el Hijo de Dios, desciende de la cruz, sálvate y sálvanos a nosotros”.


Contra la verdad le oponían muchas falsedades, diciendo que Él blasfemaba contra Dios; y lo reprendían porque Él decía que era Hijo de Dios; despreciaban su doctrina y, acusándolo, decían a Pilatos: “Este es un seductor, ha alterado e incitado al pueblo, y predica contra Moisés y contra la ley”; y es un falsario. Y decían: “Tú das testimonio de ti mismo, tu testimonio no es verdadero” y lo desmentían.


Contra la bondad, decían que era un malhechor. Por eso cuando Pilatos les preguntaba qué culpa había cometido, respondieron: “Si este no fuera un malhechor, no te lo habríamos entregado en tus manos”. Y cuando el ciego de nacimiento, que fue iluminado, defendía a Jesús ante los Fariseos, le dijeron: “Da gloria a Dios, porque sabemos con certeza que este es un hombre pecador”. Y decían de Él que era un bebedor de vino y amigo de publicanos, y un falsario.


Si nosotros meditásemos esto, no estaríamos tan impacientes por las injurias que nos hacen, ni tendríamos tanto deseo de ser considerados buenos, porque como dice san Agustín: “la humildad de Dios es la medicina para nuestra soberbia”. Y san Bernardo dice: “Avergüénzate hombre, de ser soberbio, porque Dios se hizo humilde; pues es infinito tu cinismo”. Y san Bernardo, considerando estas cosas, decía con gran compasión: “¡Oh buen Jesús, cuán benigna y dulcemente has convivido con los hombres, y cuán grandes beneficios les has hecho; y cuán duros sufrimientos y oprobios, duros flagelos y golpes, y burlas y heridas tan crueles has soportado por ellos!”.


Por lo tanto, carguemos nosotros por compasión los improperios de Cristo, como nos enseña san Pablo; y sigamos por el camino de la cruz, ya que gran gloria hay en seguir y acompañar al Rey de vida eterna. Debemos estar preparados para recibir persecuciones con Cristo, no solamente por las cosas que hemos hecho mal, sino también por las que hemos hecho bien; porque como dice san Bernardo: “La vida de los Santos consiste en hacer el bien y padecer el mal”.

Continuará...



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