P. Galtier, S.J.
La fe le es debida al Papa por muchos motivos y en muchos sentidos. En primer lugar por el sentido propio y teológico de la palabra. Debemos creer en el Papa como debemos creer en la Iglesia. Esta es la voluntad de Cristo. Así como la Iglesia en el mundo es la "columna de la verdad", el Papa es para la Iglesia, desde san Pedro y a continuación de san Pedro, el fundamento y el principio visible de su unidad y de su solidez. Como la Iglesia, en el mismo sentido y en la misma proporción, es infalible, es decir, que como el mismo Dios, en materia de religión o de moral, ni puede engañarse ni engañarnos, tampoco puede inducirnos a error ni incitarnos a obrar mal. Cuando él, por medio de su palabra, expresa el pensamiento de su magisterio supremo y universal, nosotros podemos y debemos hacer un acto de fe propiamente dicha, cuyo último y real motivo se resuelve en el de la veracidad e infalibilidad divinas:
Debemos creer al Papa, es decir, creer de fe divina, que Dios mismo lo propuso para el gobierno de la Iglesia y, por lo tanto, para el nuestro, así como para el de todos los católicos; creer es tener por absolutamente cierto que Dios, por su mediación, da las órdenes, hace las leyes, intima los preceptos, señala las direcciones; mientras que por el mismo Dios, a nosotros nos incumbe el deber de ejecutar sus órdenes o preceptos, de conformar nuestras voluntades y, en cierta medida, nuestros pensamientos a sus pensamientos y voluntades.
Creer esto, creer a todos y a cada uno de los Papas que se suceden a la cabeza de la Iglesia creerlo...