CAPITULO 15 - Cómo debemos dolernos del pecado más por la pasión de Cristo que por nuestros propios sufrimientos, teniendo en cuenta principalmente sus privaciones.
Pero ya que nosotros somos dignos de mal, y con justicia recibimos todos los castigos que hemos dicho debido al pecado que hemos cometido y cometemos todos los días, debemos dolernos no tanto de nuestros males sino de la pasión de Cristo, quien fue totalmente inocente y sin pecado, y recibió injusta pena y muerte por nuestros pecados. Por lo tanto más debiéramos dolernos de sus penas que de las nuestras, porque las suyas fueron injustas y las nuestras son justas. Y por eso san Bernardo, teniendo compasión de Cristo, decía: “¡Oh amadísimo joven! ¿qué has hecho Tú para sufrir tan crueles penas y muerte cruel? Yo soy la causa de tu dolor; yo soy el ladrón, y Tú estás clavado en la cruz. Yo soy el deudor y Tú padeces el castigo, y pagas la deuda de mis iniquidades”.
Por lo tanto, mucho debemos movernos a compasión, considerando que Él murió justo e inocente por nosotros injustos y pecadores. Esto nos trae a memoria el Salmo diciendo: “Yo pago lo que no he robado”. Y por medio del profeta Isaías dice Dios Padre: “Yo lo he golpeado por el pecado de mi pueblo”. Por lo tanto, si tenemos corazón noble no nos debemos preocupar de nuestras penas, ya que somos dignos (de ellas), sino que debemos tener compasión por Aquél que murió para pagar nuestra culpa. Y para que podamos aquí meditar mejor y más ordenadamente y con gran compasión sus penas, podemos distinguirlas en siete especies, es decir: necesidades, tentaciones, lágrimas, persecuciones, oprobios, burlas irónicas y dolores.
Por lo tanto, veremos primero cómo Cristo tuvo necesidad de todas aquellas cosas que nosotros principalmente deseamos poseer en abundancia, es decir de albergue, vestimentas, de comer y de beber. Tuvo necesidad de albergue y de un lugar donde reposar, naciendo, viviendo y muriendo. Naciendo no tuvo lugar en una gruta, que era como un establo, sino que más bien fue puesto en el pesebre (el comedero), entre el buey y el asno. ¡Oh desmesura de amor! El que había hecho el cielo y la tierra y que era Señor de todo, por amor a nosotros vino a tanta miseria, que no tuvo lugar sino entre los animales. Por lo tanto fue puesto en el pesebre (el comedero), como alimento del asno y del buey para demostrar que venía para alimento del hombre, que se había convertido por la lascivia en buey, y en asno por la estulticia (el pecado contra la sabiduría).
Viviendo no tuvo casa ni refugio propio, ni posesión ninguna. Por eso dijo Él: “Los pájaros y los animales tienen nido y cuevas donde se refugian; el Hijo de la Virgen no tiene lugar dónde reclinar la cabeza”. Muriendo tuvo una cama tan estrecha, que no podía apoyar la cabeza; y porque el madero de la cruz era tan estrecho, que ambos pies fueron clavados el uno sobre el otro, pues los dos no hubieran podido ser clavados por separado. Naciendo tuvo también necesidad de vestimentas, ya que cuando nació la Virgen María estaba en camino, y era tan pobre y tan mal vestida que no tenía con qué envolverlo. Pero como dice san Bernardo: “La Virgen se quitó una humilde pañoleta o algo semejante, y lo envolvió”.
Viviendo tuvo necesidades: puesto que Él fuese de un lugar a otro predicando por el mundo, tanto en verano como en invierno, bajo las lluvias y el viento, hay que suponer que muy a menudo se mojaba y sudaba, y por eso habría tenido necesidad de cambiarse, pero Él no llevaba vestimentas secas ni tenía burro que cargara tantos enseres, como hoy hacen los que quieren ser considerados sus siervos. Al morir fue despojado de las pocas vestimentas que tenía, y quedó desnudo, y esto le fue hecho para que pasara vergüenza, y para que sufriera el frío; ya que según lo que dice el Evangelio, a causa del frío los ministros del Pontífice estaban junto al fuego, y San Pedro fue a calentarse.
Necesidad de beber y de comer se ve que tuvo muchas veces. Por eso San Juan relata en el Evangelio de la Samaritana que Jesús, fatigado por el camino, se sentó y descansó junto a la fuente, y teniendo sed pidió de beber a la Samaritana que venía a buscar agua en aquella fuente, y los discípulos habían ido a la ciudad para comprar el pan. Ved entonces que quien da de comer a los pájaros padeció hambre y sed; y no espera ni vino dulce ni corderos, sino pan y agua, puesto que como aquel pozo estaba fuera de la ciudad, los discípulos no fueron para comprar abundante comida, sino para traer el pan y comer junto a la fuente.
Pero consideremos aquí la inestimable caridad de Cristo, que teniendo hambre y sed, y estando cansado, se preocupó tanto por convertir a aquella Samaritana que dejó de lado el comer y el beber y todo lo demás. Por eso cuando los discípulos retornaron le dijeron: “Maestro, come”. Y Él les respondió: “Tengo para comer otro alimento que vosotros no conocéis. Mi alimento es hacer la voluntad de mi Padre que me ha enviado, y cumplir su obra”; como diciendo: tengo más hambre de convertir a las naciones, según me lo ordena Dios Padre, que de comer pan o beber; y me deleito más en esto. Pero nosotros hemos puesto toda nuestra preocupación en comer y beber, y especialmente cuando tenemos hambre y sed, y estamos llenos de acedia (pereza espiritual) e impaciencia, y no estamos preparados para servir a Dios ni a los hombres, y todo nos parece difícil.
Su hambre se demuestra también cuando ayunó durante cuarenta días y luego, como dice el Evangelio, tuvo hambre. También el Domingo de Ramos, cuando fue recibido con tantos honores como cuentan los Evangelistas, hacia el final de la tarde miraba a las personas que allí estaban, como pidiendo con vergüenza de cenar, y no encontraba quién le diese cena ni alojamiento. Por eso dice la Glosa: “Era tan pobre, y tan poco complaciente y adulador, que en ciudad tan grande no encontraba quién lo recibiera; y después del atardecer regresó a Betania”. Por eso debemos creer que en toda su vida muchas veces padeció grandes necesidades; ya que, como dice el Evangelio, cuando los discípulos atravesaban los sembrados desgranaban las espigas y por hambre comían los granos.
Pero lo que especialmente debe movernos a tener compasión es la sed que padeció Cristo en la Cruz; ya que estando tan fatigado por las angustias, las vigilias y por haber perdido sangre, pidió de beber y no le dieron; y al contrario, por despreciarlo más le dieron vinagre mezclado con hiel. Ciertamente jamás hubo ladrón alguno tan odiado, que yendo a la justicia y pidiendo de beber no le dieran; y a Cristo inocente le fue negado.
Ciertamente si meditásemos estas necesidades, no seremos ya tan ambiciosos de grandes palacios, ni estaríamos buscando preciosas vestimentas, ni seríamos golosos de tanta variedad de comidas, ni de todos los consuelos del cuerpo. Y debemos tener por cierto que quien aquí abajo no lo acompaña en su pobreza, teniendo por Él al menos compasión, no gustará de su gracia y su riqueza en la vida eterna.
Continuará...