VACANTIS APOSTOLICAE SEDIS

"Quod si ex Ecclesiae voluntate et praescripto eadem aliquando fuerit necessaria ad valorem quoque." "Ipsum Suprema Nostra auctoritate nullum et irritum declaramus."

LA SUSODICHA BARCA

"Comprenderán todos, si no lo han comprendido ya, que hablo de la barca de Pedro, es decir, de la Iglesia católica, apostólica, romana, que es la susodicha barca, como mil veces habrán oído relatar en libros y sermones. 

Y cuenta que no se la llama con el término genérico de buque, ni con los especiales de navío, fragata o bergantín. Barca se la llama, conforme al oficio de su dueño, que no fué almirante ni capitán, sino simplemente barquero y pescador de los mas llanos; barca, es decir, lo mas humilde y ruin que se conoce en la navegación , lo que con sólo nombrarlo trae a la memória una quilla mas ó menos carcomida, palos y vela con mas de un remiendo, horror a los viajes en alta mar, frecuentes naufragios junto a la misma costa. Barca se la llama, y convengamos en que la metáfora, algo mas que humilde, hasta parecería a alguien, que no estuviese en el secreto, indigna y depresiva.


Y barca, no obstante, hay que seguir diciendo como siempre, aunque no sea mas que para dejar acreditado una vez mas aquello de san Pablo, celestial maestro de divinas paradojas: Infirma mundi elegit Deus, ut confundat fortia.


Porque sino, échense a discurrir y a navegar por esos mares de la historia adentro, y consideren cuanto navío Real de soberbios castillos y de elevados mástiles se ha lanzado a viajar por ahí, con arrogantes títulos en la proa, izada à todos los vientos gallarda bandera, desafiando vientos y arrecifes... y sin embargo, a lo mejor dió con ellos al través cualquier golpe de mar, ó los pasó pqr ojo el enemigo con quien menos contaban encontrarse en el camino de sus triunfos. Llenos están las costas de sus restos despedazados, y la barca de Pedro entre tanto ; ¡oh! la barca ésta boga confiada y tranquila, como cuando por vez primera la botó al agua desde el Cenáculo de Jerusalén el soplo del Espíritu Santo!


Y no esta aún ahí toda la rareza del caso; sino que se observa que cuantas veces la humilde barquilla tropieza en su marcha con uno de esos buques de gran calado, no es ella la que se va a pique, sino estos quienes empiezan al punto a hacer agua por todos lados, ó no sé yo por dónde; hundiéndose a Ia corta ó a la larga, sin que les valga dar a la bomba con todas sus fuerzas. Así hemos visto salir brillantemente empavesados y muy luego desaparecer, como una cascara de nuez en el océano de los siglos, navíos tan arrogantes como el que en los tres primeros siglos se llamó Imperio romano; y el que en el cuarto y quinto y sexto se llamó Arriano; y el que en los siguientes se llamó Maboma, y fue de valeroso empuje; y el que hace poco asombró al mundo, y se llamó Napoleón el Grande, y fué a parar deshecho a Santa Elena; y el que en nuestros propios días metió en zafarrancho a no pocos, y se llamó Napoleón el Chico, y zozobró miserablemente en Sedan. Y la barca ruin, por ellos despre- ciada y mil veces embestida.la barca del Pescador, gobernada por débiles manos, fragil, desvencijada al parecer, siguió bogando, bogando, como si ia arrullasen suavemente brisas primaverales en vez de los huracanes que en torno suyo desataba la rabia del infierno.


Ahora mismo, hoy, en estos momentos, ¡cuánto buque formidable, acorazado y llenos sus puentes de inmensa artillería cruza orgulloso los mares en son de guerra contra la barca tímida del Pescador, que enfrente de tales colosos no debería siquiera atreverse a desplegar su humilde vela! Así discurrió el mundo, así lo resolverán de plano su prudencia y su sabiduría. Y sin embargo,  ¡medrados andaríamos si no fuese muy otra y no juzgase de otro modo la sabiduría de Dios! Dejad, dejad que naveguen viento en popa los soberbios y los engreidos de hoy; dejadlos con sus pomposos títulos, y sus bandas de cañones, y sus altivos gallardetes, y el admirable, inconmensurable, prodigioso talento de sus pilotos. Veréis cómo a lo mejor se les oscurece el cielo, y pierden la brújula, y andan sin tino, y embarrancan miserablemente quizá, no en peligrosos escollos, sino... en cuatro granos de arena, para mayor ignominia suya. Y veréis como la barca del Galileo sigue su derrotero inmortal, hasta tocar a puerto feliz en las playas eternas.


Pues en achaque de navegaciones, figúraseme a mí, aunque lego en el arte, que son gran cosa las condiciones marineras del buque ; pero se me antoja también que deben de tener todavía mayor importancia la destreza y energía del que va al timón. Vieja podra ser nuestra barca; humilde también; mal aparejada de humano atelaje, así, así; pero el Barquero... ¡oh! ¡el Barquero! ¡Mal año para quien se ponga con él en luchas y competencias! Atrevidillo, tanto que podría creerse se goza en meter en golfos y malos pasos su embarcación, por el solo gusto de acreditar maestría; blando y amoroso para quienes le pidan acogimiento; pero recio y de dura condición para quien pretenda disputarle el dominio de los mares y el señorío de su Real pabellón. ¡Es barquero como Él solo!


Fiad de la barca, amigos míos, que monta tal Barquero, y luego... ¡venga temporal!"

P. Sardá i Salvany, Propaganda Católica, Año Sacro 1884, San Pedro y San Pablo, Apóstoles, pp. 387-389

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