TRATADO DE LA VIRTUD SÓLIDA,
por el R.P. Bellecius SJ, Cincinnati, 1914.
2. Dios detesta soberanamente el pecado venial.
Tal es la malicia de este pecado y tal es el odio con el que la santidad de Dios lo persigue, que incluso si un alma fuera adornada durante su estancia aquí con toda la pureza de las vírgenes, la fe y la constancia de los mártires, el celo de los Apóstoles, y la perfección de San Juan Bautista, si todavía una única falta ligera quedara sin expiar, Dios mantendría a ese alma separada de Él hasta que hubiera sido purificada en las llamas del purgatorio.
Además, si por un imposible un santo del Cielo pudiera, debido al menor pecado, caer del estado de santidad confirmada, la cual es el privilegio de la visión intuitiva, en ese mismo instante, rechazada del seno de Dios con la rapidez del relámpago, sería precipitada en el purgatorio, para expiar allí por un olvido pasajero, una debilidad momentánea de la voluntad. "Nada impuro entrará en el Cielo", (1) tal es el oráculo del Espíritu Santo. Por la misma razón, nada manchado podría permanecer allí ni un solo segundo.
Considerad, pues, vosotros que sois tan indiferentes hacia el pecado venial, quien será el vengador de dicho pecado, y sobre quién y a través de qué motivos ejercerá Él la severidad de Su ira. Es el Dios de toda bondad, cuya misericordia excede a todas sus obras. Sí, Él es quien por un único pecado venial ejercería tan inclementemente los derechos de Su justicia sobre los santos, Sus más queridos amigos.
Tampoco castiga Dios más allá de lo que es justo; al contrario, Su Corazón es un horno ardiente de amor y misericordia.
Los propios santos se arrojarían voluntariamente desde sus tronos de gloria al fuego del infierno antes que ser culpables de la menor transgresión. Incluso se contarían por dichosos si pudieran, soportando esas llamas devoradoras, evitar una ligera falta. Y tal disposición heroica no es sino simple justicia, puesto que, según varios Teólogos eruditos, un solo pecado venial causa más dolor a Dios que todas las alabanzas eternas de los santos Le procuran gloria.
De nuevo reflexionad, vosotros que despreciáis el pecado venial, y pesad su gravedad, no en la balanza engañosa del juicio humano, sino en la balanza infalible del santuario.
Contemplad con qué claridad Dios, Jesucristo y los santos contemplan tal falta, mientras que vosotros tenéis la temeridad de excusarla. Los santos tiemblan ante la idea del pecado venial; su misma sombra estremece a los ángeles y llena el corazón de la Reina de los Ángeles de angustia. ¡Y el hombre, vil fango, tiene la audacia de cometerlo a cada momento en presencia de la adorable Trinidad, estimando en nada la injuria hecha a Dios! ¿Es acaso posible que sólo el hombre considere como insignificante aquello que los santos toman como el mayor de los males, a excepción del pecado mortal? ¿Es posible que un cristiano, un religioso o religiosa especialmente, pueda tomarse a la ligera una falta por la que algún día tendrá que rendir una estricta cuenta? No hay nada que sea leve o ligero cuando la Divina Majestad resulta ofendida, ni tampoco puede existir ninguna falta trivial mientras la santidad de Dios la condene.
(1) Apoc. 21, 27.
Continuará...