VACANTIS APOSTOLICAE SEDIS

"Quod si ex Ecclesiae voluntate et praescripto eadem aliquando fuerit necessaria ad valorem quoque." "Ipsum Suprema Nostra auctoritate nullum et irritum declaramus."

CARTA DE S. S. PÍO IX A S. M. EL EMPERADOR ALEJANDRO II CON MOTIVO DE LA PERSECUCIÓN AL CATOLICISMO EN LA POLONIA RUSA


S.S. Pío IX
S.M. Alejandro II

Vuestra Majestad no debe extrañar que en vista de los grandes desastres a que se halla entregado actualmente el reino polaco, y del vivo interés que los pueblos y los gobiernos toman por el porvenir de aquella nación, conmovidos nosotros por tantos dolores y males acudimos directamente a Vuestra Majestad a fin de llamar su benévola atención sobre las causas principales de los trastornos presentes y de procurar los remedios que creemos mas eficaces y prontos para devolver la calma y la tranquilidad a las almas polacas, tan profundamente agitadas por una lucha cruel y obstinada.

Eso nos lo impone el oficio del ministerio apostólico y lo exige nuestro amor a la valiente y generosa nación polaca, no menos que el interés mismo que tomamos por Vuestra Majestad y por la prosperidad y reposo de su imperio. Dígnese, pues, Vuestra Majestad permitir, que con la voz de la verdad y de la justicia, distante de todo espíritu engañoso y de todo interés humano y político, le hagamos conocer en qué hechos se fundan las quejas continuas de aquella infeliz nación, y le renovemos una vez mas nuestras súplicas, porque nos mortificaría el pensamiento de comparecer ante el tribunal inexorable de Dios con el remordimiento de nuestra negligencia.

Majestad: nos afligimos al recordar que apenas fue decidido el reparto del reino polaco, se levantó una fuerte oposición en las provincias anexionadas, a la idea del daño que esto infería a la religión católica.


No queremos consignar aquí la enumeración lamentable de las injurias que se han prodigado al clero y a los fieles de los dos ritos: bastará que Vuestra Majestad dirija su atención a los numerosos documentos auténticos publicados de vez en cuando bajo la dominación de sus predecesores, que recuerdan a cada paso la confiscación de los bienes del clero, la supresión de numerosos conventos y monasterios de los dos sexos, la promulgación de leyes hostiles a la autoridad de los obispos y a la disciplina de la Iglesia, las amenazas de castigos severos dirigidos a los propagadores de la religión católica, los esfuerzos intentados para obligar, hasta por la violencia, a millones de ruthenos a abandonar la fé de sus padres, el secuestro de gran número de iglesias católicas para darla? como bienes propios a los dirimentes, la obligación de educar en la religión del Estado a toda la generación nacida de matrimonios mistos, la prohibición de comunicar directamente con la Santa Sede, y finalmente, el número considerable de tantas otras disposiciones lomadas para minar la unidad de la Iglesia católica y sembrar la perturbación en la conciencia de los fieles.

Todas estas medidas tomadas para ruina de la religión católica, debían parecer lanío mas graves é intolerables a los ojos de la Europa que deploró su desarrollo, y de la Polonia que sentía todo su peso, cuanto que los convenios y tratados celebrados solemnemente por los predecesores de Vuestra Majestad cuando los repartos sucesivos del reino polaco, y particularmente el tratado de Varsovia celebrado el 18 de setiembre de 1773 y el de Grodno, estipulado el 13 de julio de 1793, se bailaban concebidos en términos claros y precisos.

En esos dos tratados los soberanos de la Rusia declaran solemnemente, al tomar el gobierno de las provincias cedidas de la Polonia, «que los católicos romanos de los dos ritos conservarían en todo y en todas partes su posición precedente, esto es, el libre ejercicio de sus cultos, de sus deberes hacia las iglesias y la posesión de los bienes eclesiástico que tenían en el momento de pasar a la dominación rusa, haciendo el nuevo soberano la promesa irrevocable por él y por sus sucesores de conservar perpetuamente a dichos católicos de los dos ritos la pacífica posesión dé los privilegios y bienes de la Iglesia, el libre ejercicio de su religión y de sus deberes, en una palabra, lodos los derechos que a ellos se refieren, y protestando por último, que ni el soberano ni sus sucesores ejercerían jamás derecho alguno de soberanía en perjuicio de la religión católica romana de los dos ritos en las provincias polacas sometidas a la dominación rusa.»

Si estos Tratados y otros semejantes hubieran sido lealmente observados, reconozca Vuestra Majestad que muchos males se habrían evitado y que quizás la religión católica en la Polonia rusa no se hallaría hoy en una condición inferior a la que se bailaban en otro tiempo las provincias polacas bajo otras dominaciones.

No es de extrañar, por lo tanto, si nuestros predecesores, justamente afectados por la posición de una Iglesia oprimida y mortificada, contra la fe de los tratados públicos sacaron con Secuencia de ese agravio el argumento de sus quejas y redacciones a los potentados de la Europa.


Tampoco debe ignorar Vuestra Majestad que la Santa Sede apostólica, al deplorar las adiciones de la esposa de Jesucristo , está dispuesta siempre a acudir en su auxilio y en su defensa, sea desaprobando públicamente los actos de violencia que se le infieren, sea denunciando al mundo católico los gemidos de un pueblo obligado a abandonar su religión, de un pueblo que ha suplicado se le dejase en libertad de vivir en la fe católica, sea publicando documentos y confirmaciones reiteradas de la justicia y de la necesidad de las reclamaciones y protestas pontificias. Pero también es justo recordar que la Santa Sede, al abogar por la causa de la Iglesia y guiada siempre por sentimientos de dulzura y de caridad cristiana, jamás ha faltado a los miramientos mas delicados hacia el gobierno de Vuestra Majestad y de sus augustos predecesores, y hay que añadir así mismo que esa condescendencia y esa longanimidad han llegado a producir á veces alguna admiración en los que ignoraban los motivos de una conducta tan reservada y prudente, y esto hasta el punto de comprometer el cariño y la sumisión de los polacos a la persona del Padre Santo.


La Santa Sede apostólica se ha contentado ya con hacer oír de vez en cuando su voz en defensa de la religión oprimida y ha procurado también los medios de poner un dique a lodos los males de la Polonia y remediar las pérdidas sufridas por los abusos de la autoridad civil.

Desde que principiaron los movimientos insurreccionales en Polonia, nuestros predecesores habían tratado de impedir sus lamentables efectos, enviaron por diferentes veces sus jurisconsultos a la córte de los monarcas poderosos de todas las Rusias para invocar la magnanimidad y la justicia en interés del catolicismo oprimido: finalmente, ninguna ocasión se perdonó, ya sea al advenimiento al Trono de nuevos soberanos moscovitas, ó en otros acontecimientos parecidos, de que fuesen enviados por la Santa Sede a lo córte imperial embajadores extraordinarios con la misión de aprovechar esas ocasiones de jubilo y de exaltación general para excitar la clemencia soberana de nuevos potentados en favor de los católicos oprimidos.

Y nos mismos, al enviar uno de nuestros embajadores extraordinarios a la córte imperial con motivo de su coronación, ¿no invitamos a Vuestra Majestad a proteger la religión católica? Por otra parte, nunca hemos dejado de renovar nuestras instancias para la admisión de un representante nuestro cerca de vuestra augusta persona. Hace poco hemos sentido un verdadero júbilo con el anuncio que nos hizo el representante de Vuestra Majestad en Roma de que no existe ya obstáculo para que enviemos un nuncio a la córte imperial de Rusia. Reconocido a este acto solemne de justicia, a! paso que nos regocijamos a la idea de las ventajas que resultarían de este suceso tan deseado por nos y por nuestros predecesores para la causa de la Religión católica de los Estados de V M., expedimos nuestras credenciales a la persona designada por nos para esta misión tan elevada y tan importante.

Así, pues, ¡con qué sorpresa y pesar no supimos que el gobierno de Vuestra Majestad, a consecuencia de comunicaciones que se le hablan hecho de parte de la Santa Sede, declaró directamente á nuestro representante que era preciso considerar como existente todavía en todo su vigor todas las leyes y disposiciones que, bajo penas muy graves, prohíben las relaciones de los obispos y de los fieles con los representantes de la Santa Sede!

Habiendo quedado con esto completamente frustrado el objeto que nos habíamos propuesto, la reputación y la dignidad de la Sta. Sede apostólica nos aconsejaban suspender nuestras gestiones hasta que se nos diesen nuevas seguridades para el libre ejercicio de nuestra autoridad y del oficio de nuestro representante.

Pero lejos de apartar ese obstáculo, hemos visto las citadas leyes relativamente a las relaciones de los fieles con la Santa Sede reproducidas y desenvueltas en un nuevo ukase, dado en San Petersburgo con fecha 8 de enero de 1862, cuyo ukase, que contiene artículos contrarios a la constitución de la Iglesia católica y a las condiciones estipuladas con la Santa Sede, forma asunto de algunas consideraciones y observaciones que serán comunicadas en nombre de la córte de Roma por nuestro cardenal secretario de estado a vuestro gobierno imperial.

Vuestra Majestad conoce además el cuidado que nos hemos tomado desde nuestro advenimiento al trono pontificio relativamente al Concordato celebrado en 1817 entre nuestros plenipotenciarios, y los de vuestro augusto padre. También recordará la carta particular que le escribíamos confiando en su equidad y en su justicia el 31 de enero de 1859 para pedir que los puntos no determinados en dicho convenio fuesen proseguidos y que se acelerase la ejecución leal de las estipulaciones ya convenidas.

Pero aparte de que hemos esperado en vano hasta ahora la respuesta, que como Vuestra Majestad nos aseguraba, debía ser dada á nuestro cardenal secretario de Estado por medio del ministro de Vuestra Majestad en Roma, tuvimos el disgusto de leer en los diarios públicos el informe presentado a Vuestra Majestad del comité instituido para el examen de los diversos puntos relativos al convenio y además el protocolo de los artículos no estipulados todavía; informe que nos daba fácilmente a conocer los sentimientos de que se hallaban animados los miembros del comité hacia la Iglesia católica y qué esperanzas podíamos abrigar acerca del resultado de nuestras demandas.

Pero habiendo quedado sin efecto todos nuestros cuidados, lo mismo que los de nuestros predecesores, tenemos que deplorar hoy las consecuencias de un sistema tan pernicioso y tan contrario al espíritu de la Iglesia católica en una parte del clero, ya secular , ya regular. Limitando ahora uno y luego otro de los derechos de la Iglesia, despojando poco a poco al clero de sus bienes y de sus inmunidades, arreglando la instrucción por colegios y Universidades en que es dañosa la enseñanza, concentrando en las comisiones de gobierno la autoridad y la jurisdicción que por derecho divino pertenece al Pontifico romano y a los obispos, impidiendo a los regulares a estar en correspondencia con sus obispos, y recibir sus visitas, y sobre todo poniendo un muro de separación entre el rebaño y el pastor universal, no es de extrañar que se atente a la santidad de la religión; que los principios de obediencia y de sujeción que aquella enseña no hayan podido arraigarse profundamente; que los ministros del santuario hayan principiado a flaquear en ciertas localidades; que hasta algunos del clero secular y regular hayan faltado a su deber y tomado parte en artes contrarias a su vocación y a su augusto carácter.

Señor: Lejos estamos de aprobar al clero que toma parte en los trastornos políticos y se sirve de las armas para combatir la autoridad del gobierno.

Al contrario, deploramos y condenamos ese hecho; pero al mismo tiempo queremos señalar a Vuestra Majestad la causa de él: que nuestra autoridad apostólica recobre su saludable influencia sobre sus súbditos católicos; que los obispos tengan libertad do ejercer su poder según los santos cánones; que el clero recobre su influencia en la enseñanza y dirección del pueblo; que los regulares dependan enteramente de sus superiores; que los fieles sean libres en profesar la religión católica, y entonces Vuestra Majestad se convencerá de que las causas principales de las agitaciones políticas permanentes en Polonia han sido la opresión religiosa, la perturbación de las conciencias, la decadencia del clero, el envilecimiento de los sagrados pastores, la propagación de máximas y doctrinas antireligiosas.

Rogamos a Vuestra Majestad que se digne persuadirse de que todo cuanto haga por la tranquilidad de la Iglesia y la dignidad de nuestra santa religión se convertirá en bien y ventaja del imperio, y que sosteniendo la Iglesia con un favor manifiesto podrá contar Vuestra Majestad con el respeto y fidelidad de toda la nación Polaca, la cual nunca ha estado tan próspera y. floreciente como cuando profesaba libremente la religión de sus antepasados.

¡Señor; que los lamentos de esa  nación, que han resonado en toda Europa y conmovido hasta a los corazones indiferentes a la religión, lleguen a vuestro trono y penetren en vuestro corazón magnánimo! Una palabra de Vuestra Majestad pueden devolver a un pueblo la calma y la tranquilidad perdidas y hacer cesar la causa permanente de tantas perturbaciones y desordenes.

Consienta Vuestra Majestad en poner un término a los males dolorosos que continuamente afligen a la religión católica en las vastas provincias de Vuestra Majestad y en devolver a nuestra alma, ya harto entristecida por la malignidad de los tiempos, esa paz y esa tranquilidad que solo recobraremos cuando veamos florecer de nuevo en todas partes la religión, con gran provecho, así espiritual como temporal, de vuestros súbditos.

El examen que Vuestra Majestad se dignará hacer de las causas que en gran parle han provocado el conflicto sangriento actual y sobre todo la justicia y la magnanimidad de Vuestra Majestad nos permiten augurar bien del porvenir del reino de Polonia.

Entretanto, en la conciencia de haber cumplido un deber sagrado de nuestro ministerio apostólico, rogaremos al Señor que haga fructificar nuestras observaciones, las cuales en todo caso nos aliviarán de la grave responsabilidad que tenemos ante Dios y ante los hombres en un momento tan grave relativamente a los intereses de la religión católica.

No cesaremos de suplicar humildemente al Señor que colme a Vuestra Majestad de toda suerte de completas felicidades.
Dado en nuestro palacio apostólico, en el Vaticano, el 22 de abril de 1863.

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