TRATADO DE LA VIRTUD SÓLIDA,
por el R.P. Bellecius SJ, Cincinnati, 1914.
ARTÍCULO II. De la malicia del pecado venial considerado en sus efectos.
1. Vicia y estropea las acciones virtuosas.
El pecado venial es un gran mal en sus efectos. Al igual que "las moscas moribundas arruinan el dulzor del ungüento",(1) del mismo modo el pecado venial corrompe las acciones virtuosas; y cuando afecta al fundamento o la intención principal de las mismas, disminuye su valor hasta tal punto que, al dejar de ser actos de un orden sobrenatural, cesan de merecer recompensas eternas. “Cuidad de no practicar vuestra justicia a la vista de los hombres con el objeto de ser mirados por ellos; de otra manera no tendréis recompensa de vuestro Padre celestial".(2) ¿A qué conclusión debemos llegar a partir de estas palabras de Jesucristo, a menos que no sea que la virtud en sí misma, si se origina en la vanagloria, no recibirá ninguna recompensa en la eternidad?
Pero un pensamiento de vanagloria que nos determine a realizar una buena obra, al ser sólo un pecado venial,(3) se sigue que el hecho de estar viciado en su motivo por esta especie de pecado es suficiente para despojar una acción de todo su valor y mérito. San Jerónimo afirma que "el martirio en sí mismo, si se sufre únicamente para ganar el aplauso humano, sería un sacrificio inútil",(4) destituido de todo mérito a ojos de Dios. Santo Tomás, examinando esta cuestión del pecado venial, decide que "si una acción es realizada por vanagloria, ya no merece la vida eterna, aunque esta mala disposición no debería equivaler al pecado mortal".(5) Él nos confirma esta doctrina en todas partes: "aunque la acción de aquél que da limosna por vanidad no sea mala bajo todas sus relaciones, sin embargo el acto de la voluntad es completamente malo".(6) Es cierto, por tanto, que cuando el pecado venial influye hasta tal punto en la voluntad que se convierte en su principio director, es un veneno que contamina y destruye por completo nuestras buenas acciones. Aunque nuestra vida fuese una continua oración, aunque colmáramos de bienes y tesoros a los pobres, macerásemos nuestro cuerpo por la penitencia, excediésemos a los ángeles en pureza, sobrepasásemos al buen Samaritano en caridad, y al mismo tiempo practicásemos la paciencia, la humildad, y la obediencia en un grado heroico, todas estas virtudes seguirían estando vacías de mérito si nuestro corazón tuviera la desgracia de empaparse del veneno del orgullo, el egoísmo, o la sensualidad, y esas acciones aparentemente laudables degenerarían en faltas merecedoras de castigo.
(1) Ecles. 10,1. (2) Mateo 6,1. (3) Santo Tomás dice expresamente que la vanagloria contra la cual Jesucristo nos advierte aquí es solo un pecado venial. (4) Sobre el 1er capítulo de la Epístola a los Gálatas. (5) Santo Tomás 2. 2, q. 132, a. 3. (6) Santo Tomas 1. 2, q. 19, a. 7.
Continuará...