Con sus Institutos, y Leyes fundó, y fortificó esta santa Ciudad; es a saber, su Iglesia.
A ella encomendó el depósito de la Fé, para que lo guarde pura, y religiosamente. Quiso que fuese la más firme defensa de su verdad, y doctrina, sin que prevaleciese contra ella el poder del Infierno.
Nosotros, pues, venerables Hermanos, que somos los Gobernadores, y centinelas de la Ciudad Santa, mantengamos cuidadosamente esta preciosísima herencia de las Leyes, y Fé de nuestro Divino Fundador, Señor, y Maestro, que recibimos íntegra de nuestros mayores; y hagamos que sea transmita con toda su pureza y perfección a las venideras.
Si nosotros ajustamos todos nuestros designios y acciones a esta norma, tomada de las sagradas Letras, y seguimos fielmente las seguras huellas de nuestros Padres; creamos que hemos de estar bien prevenidos contra cualesquiera alteraciones que pudieran debilitar, o extinguir la Fé del Pueblo Cristiano, o causar alguna división en la unidad de la Iglesia.
Sean la Escritura, y la Tradición las dos fuentes de divina Sabiduría, de donde tenemos quanto es necesario para gobernar nuestra creencia, y nuestras costumbres.
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