Santo Tomás de Aquino
REFLEXIÓN
Encended, oh Dios mío, en mi corazón el deseo de la perfección. Sin ella es en vano que recibí un alma razonable; en vano que estoy en el seno de la Iglesia y en el corazón de la religión; en vano que mi estado es un estado de santidad. Es hora de que tome para mí, oh Dios mío, lo que dijisteis a Abraham, ¡aquello de estar siempre en vuestra presencia y ser perfecto (1)! No pensaré más, mientras me quede vida, que en esforzarme con toda la aplicación y todo el ardor del que son capaces una mente y un corazón, para adquirir la perfección. Vos mismo lo dijiste, oh Dios mío, y es justo que esta palabra sea tomada por mí como la ley inviolable y la regla de todas mis acciones: “Una sola cosa es necesaria (2)”: amaros, adoraros, serviros, poseeros. Quiero por tanto sentir desprecio y horror por todo lo demás; sólo quiero considerarlo como una inutilidad, ya que, en última instancia, inútil es todo lo que no contribuye a lo único necesario, que es la salvación.
(1) Ambula coram me, et esto perfectus. Gen. 17, 1. — (2) Porro unum est necessarium. Luc. 10, 42.
Continuará...