Mons. Jean-Joseph Gaume
Sin el Papa no hay Iglesia.
El Papa sirve para preservar la libertad. El bien del cual el hombre de hoy está más celoso (y menos orgulloso) es la libertad. Los deberes de todos son los baluartes de la libertad de cada uno. Sin el Papa no hay Iglesia. Y sin la Iglesia, ¿quién enseñará los deberes de los reyes para con el pueblo; los deberes del pueblo hacia los reyes; de los padres hacia los hijos; de los ricos hacia los pobres, de los fuertes hacia los débiles y viceversa? Nadie.
¿Quién, con autoridad soberana, detendrá al imprudente que quiera cruzar todos los límites y saltarse cualquier deber? Nadie.
¿Quién, con la misma autoridad, le reprenderá cuando los haya traspasado, diciéndole, aunque el infractor fuera el mismo emperador: esto no te está permitido, non licet? Nadie.
Con el Papa caen también todas las barreras protectoras de la libertad. ¿Qué tendréis en su lugar? Lo que la humanidad sin el Papa ha tenido siempre y en todas partes: libertinaje y despotismo.
Escritas con barro empapado en sangre, estas dos palabras significan lo mismo en todos los idiomas y en todos los países: arbitrariedad, insolencia, injusticia, opresión, lágrimas y miseria.
Se refieren a Tiberio, Heliogábalo, Diocleciano, Iván, Enrique VIII, Couthon, Marat y toda esa dinastía de tigres coronados o sin corona, que con razón han hecho decir a muchos: “por nada del mundo quisiera tener que tratar con un príncipe ateo. Si a él le conviniera molerme en un mortero, estaría seguro de que lo haría sin miramientos”.
Para hacer imposible la dinastía de los tiranos: para eso sirve también la dinastía de los Papas.
Continuará...