VACANTIS APOSTOLICAE SEDIS

"Quod si ex Ecclesiae voluntate et praescripto eadem aliquando fuerit necessaria ad valorem quoque." "Ipsum Suprema Nostra auctoritate nullum et irritum declaramus."

SAN SEVERINO, Obispo y Confesor


23 de octubre del Año del Señor
SAN SEVERINO,
Obispo y Confesor

¡Insensato! esta misma noche se te ha de exigir
tu alma ¿de quién será cuanto has acumulado?
(Lucas, 12, 20).


San Severino, que vivía en tiempos de San Martín, fue advertido por una música celestial de la muerte de este gran servidor de Dios. Un anacoreta, que supo por revelación que tendría el mismo grado de gloria en el cielo que el obispo Severino, dejó el desierto para ir a visitarlo, y asombróse vivamente de verlo espléndidamente servido y magníficamente alojado. Dios le hizo entonces conocer que San Severino tenía menos apego a sus bienes y a sus honores que el que tenía él mismo a su cántaro de agua.


ORACIÓN

Haced, oh Dios omnipotente, que la augusta solemnidad del bienaventurado Severino, vuestro confesor pontífice, aumente en nosotros el espíritu de devoción y el deseo de la salvación. Por J. C. N. S. Amén.


MEDITACIÓN SOBRE LA MUERTE
DE LOS BUENOS y LA DE LOS MALOS

I. Todos los hombres deben temer la muerte, porque es seguida de un juicio terrible y nadie sabe si es digno de amor o de odio. San Hilarión, el abad Agatón y muchos otros grandes Santos han temblado en la hora de la muerte: ¿eres tú más santo que estos ilustres penitentes? Ten presente que no pueden adoptarse bastantes precauciones en un asunto que no ventila sino una sola vez, que no se puede reparar y donde se juega una eternidad de dicha o de infelicidad.

II. Pecadores, pensad en la muerte y despreciaréis los bienes del mundo y trabajaréis por la salvación de vuestra alma. Avaro, morirás; ¿a quién pasarán tus tesoros? Voluptuoso, ¿qué te quedará de tus placeres? Orgulloso, ¿de qué te servirán tus honores? ¿Qué desearás, qué temerás, qué te afligirá en la hora de la muerte? Piensa ahora en ello. ¡Oh muerte, cuán amargo es tu pensamiento para el hombre que vive en paz en medio de sus bienes! (Eclesiastés).

III. Justos o pecadores, quienquiera seáis, iréis a la casa de vuestra eternidad, descenderéis a la tumba; vuestros amigos, vuestros bienes, vuestros placeres, vuestros honores os abandonarán, nada os quedará fuera de un lúgubre sepulcro. Iréis, no sabéis ni cuándo ni cómo. Iréis, pero de allí no volveréis; es la casa de la eternidad, donde se está para siempre. Ya no quiero en adelante pensar sino en morir bien; es la verdadera filosofía del cristiano. El hombre irá a la casa de su eternidad. (Eclesiastés).

*En efecto, mis queridos hermanos y hermanos. Nada hay que cause más horror a quienes están apegados a los bienes y vanidades de este mundo que el pensamiento del Juicio severísimo que nos aguarda a todos tras la muerte. El demonio los tiene muy engañados con la mentira de que después de la muerte no hay absolutamente nada que esperar, de ahí que la inmensa mayoría de las personas vivan hoy muy despreocupadas acerca de su suerte final, pero cuando menos se lo esperen, Dios les llamará a juicio, y entonces no tendrán ninguna defensa posible para justificar su criminal olvido del deber que tenían de amar a Dios y trabajar por asegurarse la salvación de sus almas. El Divino Maestro ya nos advirtió que la senda que conduce a la salvación es estrecha y muy desconocida, pues implica el abrazar la cruz que Dios nos ha impuesto a cada uno y cargar con ella hasta el final, despreciando cualquier respeto humano y cualquier falso escrúpulo que pretenda hacernos sentir vergüenza de la cruz. Si los más grandes Santos han temblado ante la proximidad de la muerte, a pesar de todas las penitencias, privaciones y humillaciones que se impusieron en vida, ¿cómo podremos nosotros atrevernos a vivir en la molicie y esa falsa sensación de seguridad con la que Satanás tiene anestesiado al mundo entero? No, hermanos míos, basta ya de formarse ilusiones engañosas, cuanto antes entendamos que es preciso hacerse violencia para arrebatar un puesto en las moradas eternas, antes despertaremos de la diabólica ficción que ha engullido a miles de millones de almas en el terrible abismo de fuego eterno. El negocio de la salvación es lo más importante que tenemos entre manos, ante lo cual todo lo demás es basura y estiércol, así que sigamos el ejemplo de San Severino y de tantos otros Santos y hagamos digna penitencia por nuestros pecados para no tener que pagar nuestras deudas en la otra vida, cuando ya no haya remedio.

Fuentes: Martirologio Romano (1956), Santoral de Juan Esteban Grosez, S.J. – Tomo IV, Patron Saints Index.

*Comentario de Un discípulo amado de N.S.J.C.


23 de Octubre del Año del Señor.
SAN SEVERINO
Obispo y Confesor

¡Insensato! Esta misma noche se te ha de exigir tu alma ¿de quién será cuanto has acumulado? (Lucas 12, 20)

+ San Antonio María Claret, Obispo y Confesor, cuyo tránsito se menciona al día siguiente.
+ En Villack de Pannonia, el tránsito de san Juan de Capistrano, Sacerdote de la Orden de Menores y Confesor, ilustre por la santidad de vida y por el celo de propagar la fe católica; el cual, con sus oraciones y milagros, deshaciendo el poderosísimo ejército de los turcos, libró del sitio la fortaleza de Belgrado. Su fiesta se celebra el 28 de Marzo.
+ En Antioquía, el triunfo de san Teodoro, Presbítero, el cual, preso en la persecución del impío Juliano, sufrida la pena del ecúleo y otros muchos y durísimos tormentos, y abrasados los costados con hachas encendidas, por último, perseverando en confesar a Cristo, pasado a cuchillo consumó el martirio.
+ En el campo Ursoniano, junto a Cádiz, en España, los santos Mártires Servando y Germán, que en la persecución de Diocleciano, de orden del Lugarteniente Viador, después de los azotes, la inmundicia de una cárcel, el tormento del hambre y sed y las penalidades de un muy largo camino, que les obligaron a andar cargados de hierro; por último, decapitados, consumaron el curso de su martirio. Germán fue sepultado en Mérida y Servando en Sevilla.
+ En Constantinopla, san Ignacio, Obispo, que, por haber reprendido al César Bardas por el repudio de su mujer, fue de él de muchas maneras ultrajado y arrojado al desierto; pero restituido a su Iglesia por el Papa san Nicolás, descansó en paz.
+ En Burdeos, san Severino, Obispo de Colonia y Confesor.
+ En Rúan, san Román, Obispo.
+ En Salerno, san Vero, Obispo.
+ En territorio de Amiens, san Domicio, Presbítero.
+ En un arrabal de Poitiers, san Benito, Confesor.
+ En Mantua, el beato Juan el Bueno, de la Orden de los Ermitaños de san Agustín, Confesor, cuya preclara vida escribió san Antonino.

+ Y en otras partes, otros muchos santos Mártires y Confesores, y santas Vírgenes.
R. Deo Gratias.

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