CARTA LXXVI.
A UN CURA DE LA DIÓCESIS
Es cosa extremadamente temeraria, amado Pastor mío, que V. se haga juez de su Padre, del mío, y del de todos los Fieles (del gran Lambertini, S.S Benedicto XIV) a quien todas las Iglesias profesan la más profunda veneración.
Fuera de que es famoso y célebre por sus dilatados, y sublimes conocimientos, por su genio perspicaz, y por su prudencia consumada, es Cabeza de la Religión, es el Soberano Pontífice, de quien no se puede hablar mal sin blasfemar. No ignoráis que San Pablo pidió perdón al gran Sacerdote de la Sinagoga, (aunque ésta estaba al espirar) porque le había llamado pared jalvegada,
El tratado que Benedicto XIV. hizo con la España, para que los Clérigos Españoles no fuesen a Roma, ha sido causa de que muchos Eclesiásticos jóvenes no sean vagabundos, ni licenciosos. No hay cosa más conveniente para los que se dedican al ministerio de la Iglesia, que estudiar a la vista de sus Obispos, que aprenden a conocerlos, y no los pierden de vista.
Además de esto, se requieren tantas razones para juzgar con equidad de un Soberano, que es muy fácil formar un juicio muy siniestro, si se ignora lo que pasa en los Gabinetes de los Príncipes, la naturaleza de los casos, las consecuencias que puede tener un negocio, y asimismo si no se penetra el alma de los que obran, y hacen obrar en los negocios.
Pero ¿quiénes somos nosotros para sentenciar al Vicario de JesuCristo, y mucho más ignorando nosotros el motivo de su proceder, y no sabiendo qué resultas prevería? En un negocio la preocupación está en favor de los Jueces.
¿Cómo se justificará la licencia que uno se toma para vituperar, con débiles apariencias, la conducta del Soberano Pontifice? Esto sin duda es prestarles armas a los Protestantes, y faltar esencialmente al respeto de aquel que Dios ha establecido sobre un trono tan elevado para ver, y para juzgar, y que nos ha mandado le escuchemos, como a él mismo: digo más es arriesgar su salvación.
No hay circunstancia, ni instante alguno (aunque sea a costa de nuestra vida, y de nuestra opinión) en el que pueda alguno sublevarse contra los procederes del Sumo Pontífice, a menos que no reforme su Consejo.
El vé lo que vos no veis, y si no nos dá razón ó parte, es porque muchas veces está tan envuelto en consideraciones, que le impiden el uso de la pluma, y de la lengua. Esta es una política cristiana que, sin herir nunca a la verdad, no dice todas las verdades, y se oculta bajo de un silencio necesario, cuando es conveniente callar.
Cómo predicará V. en su Parroquia el respeto debido a la Cabeza de la Iglesia, si sus feligreses le oyen y sienten desenfrenarse contra ella? Supongamos que haya hecho mal; V. debe, como Cristiano, como Sacerdote, como Cura de almas, disculparle en público, é imponer un silencio eterno a los que se atrevieren a impugnarle. Estos son mis sentimientos sobre los Supremos Pontífices.
Estos son los Ungidos del Señor, los Cristos de quienes nunca se ha de hablar mal.
Nolite tangere Christos meos, &in Prophetis meis malignari. (*)
Espero ciertamente, que vencereis vuestra preocupación y que aprobareis mis razones porque tenéis juicio. recto, y corazón ajustado. Es una efervescencia de la imaginación la que os ha llevȧdo a sentenciar a Benedicto XIV. aquel que pesa en la balanza de la justicia, y en el Santuario de la verdad todos sus procedimientos.
Yo os abrazo cordialmente, mi amado Cura, y soi, &c..
Roma 14. de Mayo de 1755.
(*) Guardaos muy bien de tocar a los que son mis consagrados, y de maltratar mis Profetas.