Santo Tomás de Aquino
Consideremos primero que Dios nos dio el ser y la razón únicamente para conocerlo, amarlo, adorarlo, servirle y, sirviéndole, hacernos felices. Si el que hace una estatua, decía San Agustín, pudiera darle un corazón y comunicarle la vida, como le da la forma externa, ¿para quién viviría esta estatua, si no es para el obrero de quien lo hubiera recibido todo? (1). Porque la razón nos enseña que la obra debe estar en la mayor dependencia imaginable de quien la hizo, y que tiene el poder, cuando quiere, de deshacerla. Ahora bien, ¿de quién obtenemos, no sólo la forma exterior, sino también el corazón y la vida, y, como dice san Agustín, el fondo de nuestro ser, “rerum fundum” (2)? ¿No es de Dios? Es entonces sólo a Vos, oh Dios mío, a quien debo referir todo lo que tengo y todo lo que soy; y el que no os ama, el que no os sirve, ha recibido su alma en vano, según la expresión de David (3). Sí, ¿cuándo, según Santo Tomás, algo es en vano? Es cuando no logra el fin para el que está ordenado, como es en vano que se tome un medicamento, cuando éste no restablece la salud (4). Entonces, ¿es sólo para frecuentar el mundo, para vivir en los placeres de los sentidos, para perseguir la vanidad, que hemos recibido un alma razonable? ¿No es, oh Dios mío, para conoceros, amaros, poseeros y encontrar en esta posesión nuestra felicidad?
(1) Si idolo, sicut dédit figuram, cor daret, ab ipso idolo faber adoraretur. D. Aug. Serm. 55, de verb. Dom. — (2) D. Aug. Lib. I. Conf. C. 6. —(3) Accepit in vano animam suara. Ps. 23, 4. — (4.)Vanum est quod non consequitur finem: sicut in vanum sumpsit medicinam qui non est consecutus sanitatem. D. Th. Q. 9 de Malo., A. 1.
Continuará...