Santo Tomás de Aquino
Respuesta de Santo Tomás a una objeción
de la gente del mundo.
Después de haber explicado así la distinción entre las virtudes morales, los diferentes modos de practicarlas y la influencia que ejercen sobre las pasiones, Santo Tomás responde a una queja que suelen hacer los hombres de mundo, los más moderados de los cuales no suelen vivir más que como filósofos y únicamente siguen a su razón.
No se quejan, si se quiere, de las almas que han subido al tercer y último grado, y que son muy pocas en número. Estas almas más bien atraen su respeto, aunque no dejan de estar expuestas a la calumnia y la persecución, el cortejo habitual de la santidad. Pero se quejan de las almas que, después de haber vivido en el olvido de su salvación, se comprometen a vivir cristianamente en el retiro, se encierran como en sí mismas, huyen de las empresas y del comercio del mundo tanto como su situación se lo permite, prefieren renunciar a las cosas mundanas que medir su uso, muchas veces peligroso; en una palabra, prefieren a todo lo humano lo que es de Dios y del cielo, y se alejan del mundo para pensar con tranquilidad y trabajar cuidadosamente en la única cosa necesaria.
¡La gente del mundo sólo ve a estas personas como personas inútiles! Son, dicen, fantasmas del otro mundo, que han perdido la cabeza, pues ya no quieren involucrarse en las cosas de la tierra, considerándolas sólo como frivolidades indignas de su atención, o más bien como trampas peligrosas e invencibles, obstáculos para su salvación.
Por eso el mundo no puede tolerar la virtud, especialmente cuando se esconde y se esfuerza por reprimir la violencia de los movimientos que agitan la naturaleza y la empujan al orgullo. A este respecto, Santo Tomás cita un pasaje de Cicerón, donde este príncipe de los oradores, que nada sabía de la humildad, virtud propia de la religión cristiana, sólo estima una virtud deslumbrante, ambiciosa de aparecer, de producirse, con el pretexto de hacerse útil al público: “Hay algunos que desprecian lo que todos admiran o adoran, cargos, gobiernos, magistrados, empleos que pueden hacerlos útiles a muchos: lejos de elogiarlos, creo que merecen la culpa (1)." Asimismo, en el pasado, como informa Tertuliano, se reprochaba a los cristianos “el convertirse en completamente inútiles para el mundo, tan pronto como habían abrazado esta nueva religión (2). " ¿Por qué? Porque se alejaban de los juegos públicos, de los teatros, de los espectáculos, de todos los lugares donde peligra la inocencia, y abandonaban estas vanidades y estas locuras llamadas por el mismo Padre pompas del diablo (3). Finalmente, San Agustín, defendiendo contra los maniqueos el sacrosanto modo de vida de la Iglesia, y hablando de estos hombres admirables, de estos piadosos solitarios que se sumergieron en los desiertos más remotos para perder de vista al mundo y no conversar en el silencio de estas soledades nada más que con Dios acerca de Dios, relata San Agustín que muchos se convencieron de que estos anacoretas habían abandonado las cosas de este mundo y se habían alejado de ellas más de lo debido (4). Pero, añade este Doctor de Doctores, estos espíritus no reflexionaban hasta qué punto las oraciones de estos santos personajes, purificados por esta gran distancia del mundo, los hacían necesarios a este mundo corrupto.
Entonces esta es la queja en cuestión. Siempre se ha atacado a las almas que, para vivir cristianamente, se retiran del mundo y que, para seguir a Jesucristo, “dejan a los muertos el cuidado de enterrar a sus muertos (5)”.
Continuará...
(1) Qui despicere se dicunt ea quae plerique mirantur, scilicet imperia et magistratus, his non modo non laudi, verum etiam vitio dandum puto. Cic. L. 1, de Off. — (2) Sed alio quoque injuriarum titulo postulamur, et infructuosi in negotiis dicimur. Tert. Apolog. C. 42. — (3) Diaboli pompam. Tert. L. de Spect. (4) Videtur enim nonnullis res humanas plus quam oportet
deseruisse. D. Aug. de Morib. Éccl. C. 31. — (5) Matth. 8, 22.
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