VACANTIS APOSTOLICAE SEDIS

"Quod si ex Ecclesiae voluntate et praescripto eadem aliquando fuerit necessaria ad valorem quoque." "Ipsum Suprema Nostra auctoritate nullum et irritum declaramus."

SOBRE LA SEGUNDA VENIDA DE JESUCRISTO PARA JUZGAR AL MUNDO (Ildefonso de Bressanvido, O.F.M.)


 Ildefonso de Bressanvido

O.F.M.

Sobre las palabras del artículo séptimo del Símbolo: 
Inde venturus est judicare vivos et mortuos.


La Segunda Venida de Jesucristo 
para juzgar al mundo


En el artículo séptimo del Credo, los Apóstoles nos hacen saber que Jesucristo debe algún día regresar a esta tierra de manera visible. ¡Pero cuán diferente será su venida de la primera! Él vino la primera vez para redimir al mundo; entonces vendrá a juzgarlo. La primera vez apareció lleno de humildad y dulzura; entonces aparecerá rodeado de todo el aparato de su poder y de su grandeza. Aparecerá en el aspecto terrible de nuestro juez. Esta es una de esas grandes verdades que es sumamente importante que meditemos bien; porque una vez que estemos bien penetrados por ella, será el medio más poderoso para reprimir nuestras pasiones, para hacernos evitar el pecado y para movernos a trabajar con ardor y constancia en la práctica de las virtudes. Para confirmar vuestra fe en una verdad tan importante, consideraremos primero la certeza de este juicio y, segundo, las terribles circunstancias que deben acompañarlo.


1. La calidad de juez es una de las características principales de Jesucristo. Como el Padre resucita a los muertos y les da vida (Juan 5), así el Hijo da la vida a quien quiere; porque el Padre a nadie juzga, sino que ha dado al Hijo potestad de juzgar. Como el Padre tiene vida en sí mismo, así el Hijo tiene vida en sí mismo, y ha recibido del Padre el poder de juzgar, porque es el Hijo del Hombre. Él nos mandó, dice San Pedro (Hechos 10), anunciar a todos los pueblos que Él está establecido por su Padre como juez de vivos y muertos. No hay un solo hombre, por grande que sea, que pueda retirarse de la autoridad de este juez divino; y así como está decretado que todos deben morir, así también después de la muerte todos deben comparecer ante el juicio.


Mientras estemos en la tierra, dice San Pablo (2. Cor. 5), debemos ser presentados después de la muerte ante el tribunal de Jesucristo, para recibir de Él la recompensa del bien o el castigo del mal que habremos hecho durante nuestra vida. Nuestra alma, al salir del cuerpo, se presentará ante este justo juez para darle cuenta rigurosa de los pensamientos, palabras y acciones, y recibir la sentencia de vida eterna o de muerte eterna, según haya merecido una u otra. Sin embargo, este juicio que cada hombre sufre inmediatamente después de la muerte es un juicio particular, privado y secreto, y en consecuencia Jesucristo no manifiesta su autoridad soberana ante el universo.




Por eso se ha reservado otro juicio en el que desplegará todos los aparatos de su poder y majestad, en el que será reconocido por el cielo y la tierra como Juez supremo de vivos y muertos. Entonces no vendrá como esclavo, sino como amo absoluto; no como un cordero manso, sino como un león feroz; y todos los hombres de todos los tiempos, de todos los estados y condiciones, y de todas las naciones, reunidos ante Él en el mismo día y en el mismo lugar, se les mostrará a todos en su grandeza, hará oír a todos su formidable voz, hará sentir a todos el peso de su poder; y, después de un cuidadoso examen de las acciones de cada uno, pronunciará sobre todos una sentencia irrevocable. Es de este juicio solemne, público y universal del que se menciona principalmente en el Credo, y del que las divinas Escrituras hablan tan expresamente y en tantos lugares diferentes, que sólo los impíos ponen en duda la palabra misma de Dios, y sólo ellos pueden ser tan temerarios como para atreverse a negar un dogma tan sólidamente establecido.

Continuará...

(Sacado de Instrucciones Morales sobre la Doctrina Cristiana, Lyon, 1858).

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