VACANTIS APOSTOLICAE SEDIS

"Quod si ex Ecclesiae voluntate et praescripto eadem aliquando fuerit necessaria ad valorem quoque." "Ipsum Suprema Nostra auctoritate nullum et irritum declaramus."

SOBRE LA SEGUNDA VENIDA DE JESUCRISTO PARA JUZGAR AL MUNDO (Ildefonso de Bressanvido, O.F.M.) (4)

Ildefonso de Bressanvido
O.F.M.

5. Instruidos por estas palabras de su divino Maestro, los Apóstoles nunca dejaron (Hechos 10) de inculcar a los hombres esta importante verdad: que Jesucristo está establecido por Dios como juez de vivos y muertos; que el Señor ha señalado un día en el que, por medio de su Hijo, juzgará al mundo según todo el rigor de su justicia; que ese día revelará a la faz del universo las acciones más ocultas, que recompensará a cada uno según sus obras (Rom. 2. y 14), y que todos seremos presentados ante su tribunal. Los Apóstoles enseñaron esta verdad a todos los pueblos; todas las naciones la han abrazado; se ha creído en todos los siglos; la Iglesia siempre la ha sostenido y preservado, porque está fundada en la palabra de Dios mismo y en la revelación y manifestación que nos hizo Jesucristo, su divino Hijo; Por tanto, sería muy imprudente e impío resistirse a tales pruebas y poner en duda la certeza del juicio universal. Dios nos lo ha dado a conocer tanto por sus Patriarcas, como por sus Profetas, y por boca de su propio Hijo; no busquemos otras razones para creerlo, y dejemos que todo razonamiento humano ceda a la palabra divina. Pasemos entonces al segundo punto y comencemos a considerar las circunstancias de esta sentencia.


6. La primera circunstancia, que servirá como un terrible preparativo, será la destrucción del mundo y la ruina del universo. Veremos, dice el mismo Jesucristo (Lucas 21), veremos señales y prodigios en el sol, en la luna y en las estrellas; y en la tierra los pueblos quedarán consternados por el alboroto causado por el ruido del mar y de las olas. El sol se oscurecerá, la luna no dará más luz, y las estrellas del firmamento caerán [*Nota: es decir, el Papa/Papado habrá terminado, la Santa Iglesia Católica estará eclipsada y como desaparecida, y los Obispos y Cardenales (la Jerarquía) caerán seducidos por las mentiras y errores heréticos revestidos de falsa ortodoxia y proferidos por el pérfido Anticristo; todo lo cual ha sucedido ya, como nuestros lectores habituales sin duda sabrán, tras la muerte del último Vicario de Cristo S.S. Pío XII, la gran apostasía del conciliábulo Vaticano 2 y el advenimiento del hijo de perdición Montini-Pablo 6, que ha instaurado su Ramera de Babilonia para desgracia de las almas fieles en todo el orbe] ; todos los hombres se secarán de miedo en anticipación de los males que estarán listos para caer sobre el universo.

Como todo llegará a su fin, dice el Papa San Gregorio (Hom. 35. in Evang.); antes de su destrucción, experimentarán el más completo desorden. El cielo, la tierra, el mar, toda la naturaleza estando en confusión, anunciarán la proximidad de este gran día; y cada uno, al ver estos espantosos acontecimientos, y en el presentimiento de la ira divina que está a punto de estallar sobre él, dirá a los montes y a las rocas: Caed sobre nosotros, y escondednos de la vista del que está sentado en el trono, y del furor del Cordero (Apocalipsis 6). Después de esto, el mismo Dios que una vez asoló la tierra con un diluvio de agua, le enviará un diluvio de fuego. Los cielos arderán, dice San Pedro (Epist. 2. c. 3); los elementos serán disueltos por el calor del fuego; la tierra, con todo lo que contiene, será devorada por las llamas; y entonces se cumplirá esta predicción del Rey-Profeta: El fuego irá delante de él (Sal. 96).




7. A estos horribles preludios seguirá el aterrador sonido de esta trompeta, cuyo solo pensamiento llenó de terror al gran San Jerónimo. Se escuchará en todas partes del mundo, y en ese momento se presentará el espectáculo más maravilloso y sorprendente. Todos los muertos de cada época, de cada estado, de cada profesión, de todos los tiempos y de todos los lugares resucitarán en un abrir y cerrar de ojos, y entonces se verificará lo que una vez se le mostró en figura al profeta Ezequiel (c. 37). Los huesos demacrados y dispersos se juntarán, se reunirán, ocupando su primer lugar; se revestirán de tendones y de carne; estarán, como en principio, cubiertos de piel; el alma vendrá a vivificarlos; y estando de pie formarán como un ejército innumerable. Reunidas así las almas con sus cuerpos, veremos reaparecer la inmensa multitud de todos los hombres que han existido, que existen y que existirán sobre la tierra. Nadie podrá escapar al penetrante sonido de esta formidable trompeta, ni resistir al mandato divino. 

Tanto los monarcas como los súbditos, los amos como los sirvientes, los ricos y los pobres, los grandes y los pequeños, todos resucitarán, todos serán obligados a comparecer ante el tribunal del Juez inexorable para ser juzgados. Todos los que están en los sepulcros, dice Jesucristo (Juan. 5), oirán la voz del Hijo de Dios. Cuando se haya escuchado la voz del Arcángel y la trompeta divina, dice san Pablo (1. Tes. 4), el Señor mismo descenderá del cielo, y los muertos resucitados surgirán de sus tumbas. El mar entregó los muertos que había en su seno, dice San Juan en su Apocalipsis (c. 20); la muerte y el infierno también entregaron a sus muertos, y cada uno fue juzgado según sus obras. ¿Qué dirán entonces esos impíos que, entregados a las pasiones más vergonzosas, para ahogar los remordimientos y los gritos de su conciencia, van diciendo (Sap. 1) que la vida del hombre es como una chispa, que una vez desaparecida, el cuerpo se desmorona en polvo y el espíritu se disuelve como el aire; que no debemos esperar nada después de la muerte, porque nadie ha regresado del otro mundo, y que todo termina en esta vida?... Entonces admitirán que se dejaron cegar por su propia malicia, que fueron muy necios al no querer admitir las verdades reveladas por Dios, ni esperar la recompensa que les fue prometida; y al ver hecho realidad lo que tantas veces se les había anunciado, se apoderará de ellos un miedo horrible.

Continuará...