Nos lo van a decir los Santos Padres:
1. Para ser Ella misma una morada santa y pura del Hijo de Dios.
SAN FULBERTO, Obispo de Chartrés, en su sermón del nacimiento de la Virgen María, exclama: «¡Oh bienaventurado alumbramiento, pues da a la tierra la Virgen que había de borrar la antigua ofensa de nuestros primeros padres, y enderezar el mundo encorvado bajo el yugo del más cruel enemigo; alumbramiento cuya única razón de ser fué preparar una morada santa y pura al Hijo del Altísimo. Porque, ¿a qué otro fin podía ser enderezado?» (MIGNE, P. L., t. CXLI, col. 326.)
2. Para ser la Emperatriz de cielos y tierra.
En el Tratado sobre la Concepción de la Virgen María, escrito en la Edad Media, probablemente por ANSELMO, Obispo de Londres, leemos: «Dios Creador y Gobernador soberano de todas las cosas, te hizo Madre suya, te constituyó Señora y Emperatriz de los cielos, de la tierra y de todo lo que encierran cielo y tierra. He aquí lo que eres, y para serlo, en el primer instante de tu concepción, en el seno de tu madre fuiste creada por la operación del Espíritu Santo.» (MIGNE, P. L., t. CLIX, col. 306.)
3. Para reformar la obra deformada por el pecado.
El Sabio Idiota RAIMUNDO JORDÁN, escribe en sus Elevaciones a Maria, Parte IV, contem. 1.: «Entre todas las obras del Eterno Obrero, si exceptuamos la unión de la naturaleza humana con tu Hijo en unidad de persona, Tú eres la más singular y la más hermosa, joh bienaventurada Virgen María, porque si Dios te hizo, fué para que su primera obra, deformada por la malicia humana, fuese reformada por ti.»
4. Para la salvación de todo el mundo.
SAN JUAN DAMASCENO le dice a María en su sermón I, de la Natividad de la Virgen: «Oh mujer, oh hija del Rey David, Madre de Dios, Rey de todas las cosas! Tú tendrás una vida muy por cima de la naturaleza; pero esta vida no la recibirás para ti misma, pues no es para ti para quien has nacido. La tendrás para Dios, porque has venido al mundo únicamente para servir a su gloria, es decir, para cooperar a la salvación del universo y realizar con Dios el decreto eterno de la encarnación del Verbo y de nuestra deificación.» (MIGNE, P. G., tomo XCV, col. 676.)
LECCIONES MARIANAS
P.Ramón J. de Muñana