S.S. Pío VI
BULA DOGMÁTICA AUCTOREM FIDEI
(Contra el sínodo jansenista de Pistoya)
Sabían muy bien el astuto arte de engañar de los novadores, los cuales, temiendo ofender los oídos católicos, cuidan ordinariamente ocultarlos con fraudulentos artificios de palabras, para que entre la variedad de sentidos con mayor suavidad se introduzca en los ánimos el error oculto, y suceda que, corrompida por una ligerísima adición ó mudanza la verdad de la sentencia, pase sutilmente a causar la muerte la confesión que obraba la salud. Y a la verdad, este modo solapado y falaz de discurrir, aunque en todo género de oración es vicioso, mucho menos debe tolerarse en un sínodo, cuya especial alabanza es el observar, cuando enseña, tal claridad en el decir, que no deje peligro alguno de tropezar.
Y por tanto, si en este género de cosas se llegase a cometer error, no se pueda defender con aquella engañosa escusa que suele darse, de que lo que tal vez por descuido se dijo en una parte con mayor dureza, se halla en otros lugares mas claramente explicado y aun corregido; como si esta descarada licencia de afirmar, y negar, y contradecirse según su voluntad, que fue siempre la fraudulenta astucia de los novadores para sorprender con el error, no fuese mas propia para descubrirle que para ocultarle: ó como si especialmente a los indoctos que por casualidad viniesen a dar en esta ó la otra parte del sínodo que a todos se presenta en lengua vulgar, les hubiesen de ocurrir siempre aquellos otros lugares dispersos que deberían mirarse, ó aun, vistos estos, tuviese cualquiera bastante instrucción para conciliarlos por sí mismos, de suerte que, como aquellos falsamente y sin consideración dicen, puedan huir todo peligro de error.
Artificio a la verdad perniciosísimo de introducir el error que con sabia penetración, descubierta antes en las cartas de Nestorio, Obispo de Constantinopla, le refutó con reprensión gravísima nuestro predecesor Celestino, en las cuales cartas, siguiéndole los pasos a aquel taimado, cogido y detenido, armado de su locuacidad, cuando, envolviendo en tinieblas lo verdadero, y volviendo después a confundir uno y otro, ó confesaba lo que había negado, ó pretendía negar lo que había confesado.
Para rebatir estas astucias, renovadas con demasiada frecuencia en todas las edades, no se ha hallado otro camino mas acomodado que el exponer las sentencias que, embozadas con la ambigüedad, encierran una peligrosa y sospechosa diversidad de sentidos, notar la siniestra inteligencia a que está anejo el error que reprueba la sentencia católica.
***