Carta 14
A Anastasio, obispo de Tesalónica
Pero si en lo que creyeres deber tratar o definir con los hermanos fuese su parecer distinto de tu voluntad, mándesenos todo con la testificación de los hechos, para que, removidas las ambigüedades, se decrete lo que agrade a Dios. Pues a este fin dirigimos todo nuestro afecto y cuidado, a fin de que lo perteneciente a la unidad de la concordia y a la guarda de la disciplina no se viole por ninguna disensión ni se descuide con ninguna desidia.
Por lo tanto, a ti, hermano queridísimo, lo mismo que a aquellos de tus hermanos que se ofenden de tus excesos, te exhorto y te amonesto para que las cosas que han sido piadosamente ordenadas y saludablemente dispuestas no se turben con ninguna contienda. Nadie busque lo que es suyo, sino lo de otro, como dice el Apóstol: "Cada uno de vosotros agrade a su prójimo en el bien para la edificación" (Rom., 15, 2). Pues ni podrá ser firme la trabazón de nuestra unidad si el vehículo de la caridad no nos apretase a una inseparable firmeza; porque "así como tenemos muchos miembros en un sólo cuerpo, pero no todos los miembros tiene el mismo oficio, así nosotros, aunque seamos muchos, formamos un sólo cuerpo en Cristo; siendo todos recíprocamente miembros los unos de los otros" (1 Cor., 12, 12; Rom., 12, 5). La conexión de todo el cuerpo hace una salud, una hermosura; y es cierto que esta conexión de todo el cuerpo requiere unanimidad, pero lo que principalmente exige es la concordia de los sacerdotes.
Siendo común la dignidad de los mismos, no tienen, sin embargo, un orden general; porque aun entre los bienaventurados Apóstoles en la semejanza del honor hubo cierta distinción de potestad; y siendo igual la elección de todos ellos, sin embargo, a uno le fue dado el sobresalir entre los demás. De la cual forma nació también la distinción de los obispos, y fue provisto con gran orden para que no se arrogasen todos todas las cosas, sino que hubiese uno en cada provincia cuyo parecer se tuviera entre los hermanos por el primero, y otros asimismo constituídos en ciudades mayores asumiesen mayor solicitud, por los que confluyese a la sede única de Pedro el cuidado de la universal Iglesia y nada se apartase jamás de su cabeza.
Por consiguiente, el que sabe que está puesto al frente del gobierno de otros no se le haga molesto el tener a alguien por superior, sino que observe también la obediencia que él exige; y así como no quiere llevar el fardo de una pesada carga, tampoco se atreva a imponer a otro un peso inaguantable (cf. Mt., 23, 4). Pues somos discípulos de aquel humilde y manso maestro que dice: "Aprended de mí, porque soy manso y humilde de corazón, y hallaréis descanso para vuestras almas. Porque mi yugo es suave y mi carga ligera" (Mt., 11, 29). Lo cual cómo experimentaremos sin observar también aquello que dice el mismo Señor: "El mayor de entre vosotros será vuestro ministro. Pero el que se exaltare será humillado, y el que se humilla será exaltado" (Mateo, 20, 28; Mc., 10, 43; Lc., 22, 26; 14, 11).
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