VACANTIS APOSTOLICAE SEDIS

"Quod si ex Ecclesiae voluntate et praescripto eadem aliquando fuerit necessaria ad valorem quoque." "Ipsum Suprema Nostra auctoritate nullum et irritum declaramus."

SAN VICENTE DE LERINS NOS ADVIERTE DE LAS CONSECUENCIAS DEL IMPÍO CONCILIÁBULO VATICANO II

SAN VICENTE DE LERINS
El progreso dogmático dentro de la estabilidad de la Tradición
Conmonitorio
CAPÍTULO 23


Pero se objetará: ¿No se dará, según eso, progreso alguno de la Religión en la Iglesia de Cristo? Dése, enhorabuena, y grande. ¿Quién habrá tan mezquino para con los hombres, y tan aborrecible a Dios que trate de impedirlo? Pero tal, que sea verdadero progreso de la fe, no una alteración de la misma. A saber, es propio del progreso que cada cosa se amplifique en sí misma; y propio de la alteración es que algo pase de ser una cosa a ser otra. Es menester, por consiguiente, que crezca y progrese amplia y dilatadamente la inteligencia, la ciencia y la sabiduría, tanto de cada uno como de todos juntos, tanto de un solo hombre cuanto de toda la Iglesia en el decurso de los siglos y de las edades, pero solamente en su propio género, esto es, en el mismo dogma, en el mismo sentido, en la misma sentencia.

Imite en esto la religión de las almas a la condición de los cuerpos, los cuales, aunque en el proceso de los años desarrollan y despliegan sus partes, permanecen, sin embargo, los mismos que antes eran. Mucho va de la flor de la infancia a la madurez de la ancianidad, con todo, no son otros los que se hacen ancianos que los mismos que fueron adolescentes; que por más que cambie la estatura y porte exterior de un hombre, idéntica, sin embargo, persiste su naturaleza, idéntica su persona. Diminutos son los miembros de los niños de pecho, grandes los de los jóvenes; los mismos son, sin embargo. Cuantas son las articulaciones de los párvulos, tantas son las de los varones; y si algo hay que nace en la plenitud de una edad más madura, ya vivía latente en la condición del germen, de suerte que nada se manifiesta de nuevo en los ancianos que ya antes no viviera oculto en los niños.

No hay duda, pues, de que ésta es la ley recta y legítima del progreso, éste el orden constante y hermosísimo de crecimiento, que el curso de los años vaya tejiendo en los mayores las partes y formas que ya la sabiduría del Creador había urdido en los niños de antemano.

Y si la figura humana se transformara más tarde. en otras apariencias impropias de su especie, o se le añadiera o sustrajera algo al número de sus miembros, el cuerpo entero perecería, o se haría monstruoso, o al menos se quebrantaría sin remedio. Pues estas leyes de progreso es menester que siga el dogma de la Religión cristiana; que se consolide con los años, se dilate con el tiempo, se engrandezca con la edad; permanezca empero incorrupto e incontaminado, perfecto y entero en todas las dimensiones de sus partes, en todos sus miembros y sentidos propios; que no tolere alteración de ningún género, ni menoscabo de su condición, ni cambio alguno en su ser definitivo.

Por ejemplo: Sembraron antiguamente nuestros mayores en este campo de la Iglesia el trigo de la fe. Injusto e indigno sería en gran manera que nosotros, sus descendientes, en lugar del trigo genuino de la verdad recolectáramos el error bastardo de la cizaña. Muy al contrario, lo justo y consecuente es que, de acuerdo el fin con el principio, de los tallos de trigo de la enseñanza, cosechemos también las mieses del trigo del dogma, y que si algo se desarrolla con el decurso del tiempo de aquellos gérmenes primorosos, lo mismo prospere y llegue a su madurez, sin perder, eso sí, nada de las propiedades del germen; adquiera, enhorabuena, apariencia, forma, esplendor, pero conserve siempre la misma naturaleza de su especie. Lejos de nosotros, que aquel vergel de rosas del sentido católico se transforme en cardos y espinas. Lejos de nosotros, repito, que en este espiritual paraíso de los renuevos del cinamomo y del bálsamo, broten de pronto la cizaña y el acónito.

Todo lo que en este campo de la Iglesia de Dios ha sembrado la fe de los padres, eso mismo es menester que el celo de los hijos lo cultive y custodie, eso mismo florezca y llegue a su madurez, eso mismo prospere y sazone. Porque justo es que aquellos antiguos dogmas de la filosofía celestial, con el decurso del tiempo, se desbasten, se limen, se pulimenten, pero no es justo que se alteren, no es justo que se decapiten, que se mutilen. Está bien que reciban evidencia, luz, precisión, pero es menester que retengan su plenitud, su integridad, su carácter.

Porque si una vez se abre la puerta a este engaño impío, me horroriza el pensar cuán grande sea el peligro que se seguiría de despedazar y aniquilar la Religión. Cedida una parte cualquiera del dogma católico, muy pronto se cederá otra, y otra, y más tarde otras y otras, como por costumbre, y ya de derecho, y abandonadas una a una las partes, ¿Qué ha de suceder al cabo sino que el todo se abandone de la misma suerte?

Por otra parte, si comienzan a mezclarse las cosas nuevas con las antiguas, las extrañas con las domésticas, las profanas con las sagradas, forzosamente se deslizará esta costumbre cundiendo por todas partes, y al poco tiempo nada quedará en la Iglesia intacto, nada inviolado, nada íntegro, nada inmaculado, sino que al santuario de la verdad, casta e incorrupta, sucederá el lupanar de los errores torpes e impíos. Que la piedad divina aleje tal calamidad de los pensamientos de los suyos y sea más bien éste el desatino de los impíos; y la Iglesia de Cristo, en cambio, custodio solicito y diligente de los dogmas a ella encomendados, nada altera jamás en ellos, nada les quita, nada les añade; no amputa lo necesario, ni aglomera lo superfluo; no pierde lo suyo, ni usurpa lo ajeno; sino que fiel y prudente al tratar de las cosas antiguas, esto es lo que únicamente pretende con todo su celo: perfeccionar y pulir lo que de la antigüedad recibe informe y esbozado; confirmar y consolidar lo ya expreso y desarrollado, guardar, finalmente, lo ya confirmado y definitivo.

Finalmente, qué otro fin se propuso jamás con los decretos de los Concilios, sino que las mismas verdades que antes ya se creían con sencillez, más tarde se creyeran con mayor diligencia, las que antes se predicaban con más lentitud, más tarde se predicaran con mayor insistencia, lo que antes se veneraba con más seguridad, eso mismo se venerara después con mayor solicitud?

He aquí que lo que en todo tiempo ha realizado la Iglesia católica con los decretos de sus Concilios, provocada por las novedades de los herejes, es esto, y nada más que esto: lo que en otro tiempo había recibido de los antepasados por sola tradición lo transmite a los venideros también en documentos escritos, condensando en pocas letras una gran cantidad de cosas, y a veces, para mayor claridad de percepción sellando con la propiedad de un nuevo vocablo el sentido no nuevo de la fe.

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