Benedicto XIV, en la bula Gloriosae Dominae, de 27 de septiembre de 1848, dice: La Virgen María «es como un río del cielo por donde pasa y llega hasta el abismo de las miserias humanas el torrente de todos los dones y de todas las gracias.»
Pío VII, en un documento de 1806 ampliando los privilegios de los Servitas, llama a la Virgen María «Madre nuestra amantísima y dispensadora de todas las gracias.»
León XIII, en su Encíclica Supremi apostolatus, de 1 de septiembre de 1883, dice: «Y creemos que nada puede conducir más eficazmente a este fin como hacernos propicia con la práctica de la religión y la piedad a la gran Madre de Dios, la Virgen María, que es la que puede alcanzarnos la paz y dispensarnos la gracia, colocada como está por su divino Hijo en la cúspide de la gloria y del poder, para ayudar con el socorro de su protección a los hombres que en medio de fatigas y peligros se encaminan a la Ciudad Eterna.»
En la Encíclica Octobri mense, de 22 de septiembre de 1891, dice: «Con toda verdad y propiedad puede afirmarse, que de aquel grandísimo tesoro de todas las gracias que trajo el Señor, puesto que gratia et veritas per Jesum Christum facta est, nada absolutamente nada se nos concede, según la voluntad de Dios, sino por María de suerte que a la manera que nadie puede llegar al Padre Supremo sino por el Hijo, casi del mismo modo nadie puede llegar a Cristo sino por la Madre,»
En la Encíclica Jucunda semper de 8 de septiembre de 1894 insiste en la misma idea diciendo: «El socorro que imploramos de María por nuestras oraciones tiene su fundamento en el oficio de mediadora de la divina gracia, que constantemente desempeña delante de Dios y en el supremo favor que obtiene por su dignidad y méritos, aventajando mucho en poder a todos los santos. Recuerda y hace suyas las palabras de San Bernardino de Siena, «Toda gracia que se comunica a este mundo llega por tres grados: pues de Dios a Cristo; de Cristo a la Virgen y de la Virgen a nosotros es dispensada con toda regularidad.» Y termina con estas palabras: «Venerables Hermanos; que el Dios que nos había reservado con toda su misericordiosa providencia tal Mediadora, y que ha querido que lo recibamos todo por María, se digne por medio de su poderosa intercesión atender a nuestros deseos y colmar nuestras esperanzas.»
Y en su Encíclica Adiutricem populi, de 5 de septiembre de 1895, añade: «Desde aquellas luminosas alturas, Ella comenzó a velar constantemente por la Iglesia y a otorgarnos su maternal protección; de tal modo que, después de haber sido cooperadora de la obra maravillosa de la redención humana, ha venido a ser la dispensadora de las gracias, frutos de su misma redención, habiendosela otorgado para ello un poder cuyos límites no pueden columbrarse.»
San Pío X escribía en su Encíclica Ad diem ilum de 2 de febrero de 1904: «La consecuencia de esta comunidad de sentimientos y sufrimientos entre María y Jesús, es que María mereció ser reparadora dignísima del orbe perdido, y por tanto, la dispensadora de todos los tesoros que Jesús nos conquistó con su muerte y con su sangre. Seguramente no se puede decir que la disposición de esos tesoros no sea un derecho propio y particular de Jesucristo, porque son el fruto conseguido con su muerte, y Él mismo es por naturaleza el Mediador entre Dios y los hombres. Sin embargo, por razón de esta sociedad de dolores y de angustias ya mencionadas, entre la Madre y el Hijo, se ha concedido a la augusta Virgen que sea poderosísima mediadora y conciliadora de todo el orbe ante su unigénito Hijo. La fuente es por lo tanto Jesucristo y de su plenitud recibimos todos... Pero María, como lo hace observar acertadamente San Bernardo, es acueducto, o si se quiere, el cuello por medio del cual el cuerpo se une a la cabeza, y la cabeza transmite a todo el cuerpo su eficacia y sus influencias.»
Benedicto XV escribía en sus Letras Apostólicas Inter Sodalitia, de 22 de marzo de 1918: «Y si por este motivo de la compasión de María con Cristo, las gracias que percibe el género humano del tesoro de la redención son distribuídas personalmente por la misma Virgen Dolorosa, claramente se deduce que de Ella se ha de esperar para los hombres el don de una santa muerte, ya que con esto se completa en cada uno eficaz y perpetuamente la obra de la redención humana.»
En carta al P. Becchi, director del Rosario Perpetuo en Italia, dice que «se dirige a Aquélla por cuyo medio plugo a Dios que nos llegasen todas las gracias.»
Pío XI llama a la Virgen Santísima «Mediadora de todas las gracias», en su Encíclica Charitate Christi compulsi, de 3 de mayo de 1932. En sus Letras Apostólicas de 2 de marzo de 1922 y en las de 14 de mayo de 1926, la llama Depositaria de todas las gracias divinas», «Divina depositaria de todas las gracias». Y en carta al Cardenal Schüster, de 15 de agosto de 1922, la llama "Administradora de todas las gracias celestiales».