Existía en las iglesias cierta diferencia acerca del día en que había de celebrarse la resurrección del Señor, y de la forma del ayuno que le precedía. Víctor, papa, quiso uniformar el rito, y para ello mandó se celebraran sínodos que trataran del caso. Todas las iglesias, incluso las del Asia Menor, obedecieron. Intima el papa que se adopte el rito romano; obedecen todas, menos Policrates de Efeso y los suyos. Víctor los separa de la comunión de la Iglesia universal, y sólo desiste de este propósito a instancias de S. Ireneo y otros muchos obispos. Es la intervención más enérgica y decisiva del primado romano universal en la antigüedad.
Originóse entonces una controversia no pequeña a causa de que las iglesias de toda el Asia, creían, según antigua tradición, que en la luna decimocuarta, día en que se mandaba a los judíos sacrificar el cordero, se había de guardar necesariamente la Pascua del Señor, fuere cual fuere el día de la Semana en que ocurriese, cesando entonces el ayuno pascual; mas como no existiese tal costumbre en todas las demás iglesias, triunfaron de nuevo las que pensaban según la tradición apostólica, que ningún otro día convenía romper el ayuno, fuera del de la Resurrección del Salvador. Por esta razón se celebraron Sínodos y Concilios de Obispos, los cuales con unánime parecer determinaron por medio de letras eclesiásticas que ningún otro día fuera del domingo se celebrase el misterio de la Resurrección del Salvador de entre los muertos, y que sólo este día cesase el ayuno pascual. Existe aún hoy día la carta de los Obispos reunidos en Palestina, a los que presidían Teófilo y Narciso, obispos de Cesarea y Jerusalén, respectivamente; otra sobre la misma cuestión de los reunidos en Roma que nos muestra que el obispo era Victor; otra de los del Ponto, a los que como más anciano, presidía Palma; otra de los obispos de la Galia reunidos bajo la presidencia de Ireneo y aun otra de los que se reunieron en Osroëne y ciudades vecinas, y otra particular de Baquilo, obispo de Corinto y de un gran número de otros obispos, todos los cuales conformes en una sola creencia, determinaron lo mismo por unanimidad.
El principal de los obispos de Asia, que afirmaban convenir se guardase la costumbre que ellos habían de antiguo recibido, era Polícrates, que en una carta a Víctor y a la Iglesia de los romanos, expone la tradición que habían recibido, con estas palabras:
"Nosotros guardamos integérrimo el día de la Pascua, sin añadir ni quitar nada. Porque también en Asia descansan grandes lumbreras, a los que el Señor resucitará el día de su venida, en el que venga del cielo lleno de gloria y resucite a todos los santos: Felipe, uno de los doce, que murió en Hierápolis, y dos hijas suyas que envejecieron habiendo conservado intacta su virginidad, y otra que después de haber vivido llena del Espíritu Santo, descansó en Efeso. Además, Juan, el que reclinó su cabeza sobre el pecho del Señor, y fué sacerdote que llevó el pétalo, mártir y doctor, que también descansó en Efeso. Yace además en Esmirna Policarpo, obispo y mártir, lo mismo que Traseas, obispo de Eumenia, y que sufrió el martirio en aquella ciudad. Y ¿para qué nombrar a Ságaris, obispo y mártir, que descansó en Laodicea, y al bienaventurado Papirio, y al eunuco Melitón, que administró todas las cosas con justicia, y que descansa en Sardes, esperando la venida del Señor de los cielos, cuando resucitará? Todos estos guardaron la Pascua en la luna décimacuarta, según el Evangelio, no pasando nada por alto, sino conformándose en todo con las normas de la fe. Así también lo hago yo, el menor de todos vosotros, Policrates, según la tradición de mis antepasados, a algunos de los cuales acompañé; porque siete de ellos han sido obispos, y yo soy el octavo, y siempre mis padres guardaron el día en el que el pueblo tomaba el fermento. Yo, hermanos, que he pasado mis sesenta y cinco años en el servicio del Señor y que he tratado con los de otras iglesias y conozco toda la Escritura Sagrada, no me turbaré por las amenazas, porque mis antepasados me enseñaron: Hay que obedecer a Dios antes que a los hombres."
A esto añade algo sobre los que se hallaban presentes, cuando esto escribía, todos los cuales eran de su mismo parecer, en estos términos:
"Podría hacer mención de los obispos que se hallan aquí presentes, que yo he reunido porque vosotros mismos lo pedisteis, cuyos nombres, si hubiera de escribirlos todos, serían multitud, los cuales conociendo mi pequeñez, corroboran esta carta, sabiendo que no en vano llevo canas y que siempre he vivido en Cristo Jesús."
A todo esto Víctor, jefe de los romanos, pretende separar de la comunión las iglesias de Asia y las iglesias vecinas, teniéndolas por heterodoxas; por cartas proscribe a aquellos hermanos declarándolos excomulgados. Lo cual no agradó a todos los obispos, quienes le aconsejaron que más bien mirase por la paz, unión y amor. Y existen aún hoy día las frases con las que gravemente amonestaron a Víctor. Uno de ellos, Ireneo, escribiendo en nombre de los hermanos de la Galia, que él regía, afirma que sólo el domingo conviene celebrar el misterio de la Resurrección del Señor y amonesta a Víctor que no separe las iglesias de Dios que guardaban la tradición de la primitiva costumbre, advirtiéndole al mismo tiempo otras muchas cosas con estas palabras:
"Porque no sólo se trata del día en que se ha de celebrar la Pascua, sino del modo mismo del ayuno. Porque según algunos ha de ayunarse un solo día, según otros dos, según otros más; y algunos cuentan cuarenta horas del día y de la noche para su ayuno. Y esta variedad en la observancia no es cosa de nuestros días, sino que proviene de antiguo de aquellos que, según creo, conservando fielmente lo recibido por negligencia, ya por impericia, la transmitieron a los posteriores. Sin embargo, no por eso han de tener paz entre ellos mismos, como nosotros, sin que la diversidad del ayuno quebrantase la unidad de la fe."
A esto añade una historia que por tener aplicación la referiré aquí:
En todo lo cual, los obispos que han precedido a Sotero en la Iglesia que ahora tú presides, Aniceto, Pío, Higinio, Telesforo y Sixto, aunque ni ellos la guardaron, ni la impusieron a los que estaban con ellos, no por eso dejaron de tener paz con las iglesias que la guardaban, siéndoles contrarias, porque a los que no la guardaban les parecía peor el guardarla. Mas por esto, jamás fue nadie separado de la Comunión, sino que los presbíteros que te han precedido, los mismos que no la guardaban, mandaban la Eucaristía a los que la guardaban. Y habiendo ido a Roma el bienaventurado Policarpo en tiempo de Aniceto, y discrepando ambos en algunos puntos, fácilmente se aquietaron no discutiendo ni aún en esto. Porque ni Aniceto podía convencer a Policarpo a que no la guardase, lo que siempre había guardado con Juan el discípulo de Nuestro Señor, y de los otros apóstoles con los que había conversado, ni Policarpo podía, por el contrario, convencer a Aniceto a que la guardase, diciendo que debía conservar la costumbre de los presbíteros que le habían precedido. En tal ocasión quedaron unidos entre sí y en la iglesia Aniceto cedió a Policarpo, por respeto, el celebrar los divinos misterios. Y en paz se separaron uno del otro, llevándose consigo la concordia de todas las iglesias, de las que guardaban la antigua tradición y de las que no la guardaban.