VACANTIS APOSTOLICAE SEDIS

"Quod si ex Ecclesiae voluntate et praescripto eadem aliquando fuerit necessaria ad valorem quoque." "Ipsum Suprema Nostra auctoritate nullum et irritum declaramus."

LETRAS APOSTÓLICAS DE NUESTRO SANTÍSIMO PADRE PÍO PAPA IX A TODOS LOS PROTESTANTES Y DEMÁS ACATÓLICOS


 S.S. Pío IX


Ya sabéis que elevado, aunque sin merecerlo, a esta Catedra de Pedro, y encargado, por lo tanto, del gobierno supremo de toda la Iglesia católica y de la misión que Nuestro Señor Jesucristo mismo nos ha confiado divinamente, hemos creído oportuno llamar a todos nuestros Venerables Hermanos los Obispos de todo el mundo, y reunirlos en un Concilio ecuménico que debe celebrarse el año próximo, para que, en unión de estos Venerables Hermanos, llamados a compartir nuestros cuidados, podamos tomar todas las medidas oportunas y necesarias, ya para disipar las tinieblas de tantos mortales errores que diariamente se levantan y extienden sus devastaciones por todas partes, con gran daño de las almas, ya para afirmar y propagar mas y mas en los pueblos cristianos confiados a nuestra vigilancia el reino de la verdadera fe, de la justicia y de la verdadera paz de Dios. 

Y llenos de confianza en esta unión tan estrecha y afectuosa con que están adheridos de una manera admirable a nuestra persona y a nuestra Sede Apostólica estos Venerables Hermanos, que no han cesado jamás, durante todo nuestro pontificado, de dar los mas brillantes testimonios de fidelidad, de amor y deferencia a Nos y a la Santa Sede, tenemos la firme esperanza de que, con el auxilio de la divina gracia, este Concilio ecuménico, convocado por Nos, producirá para nuestra época, como en los siglos pasados los otros Concilios generales, los frutos mas felices y abundantes para la mayor gloria de Dios y salvación eterna de los hombres.


Animados con esta esperanza, excitados y obligados por la caridad de Nuestro Señor Jesucristo, que dio su vida la salvación de todo el género humano, nosotros no podemos menos de dirigir, con ocasión del próximo Concilio, nuestra voz apostólica y paternal a todos los que, reconociendo a Jesucristo por su Redentor, y gloriándose con el nombre de cristianos, no profesan, sin embargo, la verdadera fe de Jesucristo y no están en comunión con la Iglesia católica.


Y así lo hacemos, advirtiéndoles, exhortándoles y conjurándoles con todo el celo y caridad de nuestra alma à que consideren y examinen seriamente si siguen el camino prescrito por Nuestro Señor Jesucristo para conseguir la salvación eterna.

Y, en efecto; nadie puede negar ó dudar que el mismo Jesucristo, para aplicar a todas las generaciones humanas los frutos de la Redención, estableció en la tierra sobre Pedro una sola y única Iglesia, que es una, santa católica y apostólica, y que le dio todo el poder necesario para que el depósito de la fe se conservase entero é intacto, y para que esta misma fe se comunicara a todos los pueblos y naciones, y por el bautismo todos los hombres fueran unidos a su cuerpo místico y esta nueva vida de la gracia, sin la cual nadie puede merecer jamás la vida eterna, se conservara y creciera entre ellos, y para que esta misma Iglesia, que constituye su cuerpo místico, permaneciera siempre estable é inmutable en su propia naturaleza, llena de vigor, hasta la consumación de los siglos, y diera a todos sus hijos los auxilios necesarios para la salvación.

El que considere atentamente y estudie la situación en que se encuentran las sociedades religiosas, tan diversas y divididas entre sí y separadas de la Iglesia católica, que desde Nuestro Señor Jesucristo y sus Apóstoles ha ejercido siempre y sin interrupción, y ejerce todavía por sus legítimos Pastores, el divino poder que el mismo Señor la dio, se convencerá fácilmente de que ninguna otra sociedad particular, ni todas juntas reunidas, constituyen ni son en manera alguna esta Iglesia una y universal que Cristo Nuestro Señor estableció, constituyó y quiso que viviera, y de que ninguna puede considerarse como miembro ó parte de esta misma Iglesia, puesto que están visiblemente separadas de la unidad católica. 

Porque estas sociedades, por una parte, carecen de esta autoridad viva y divinamente constituida que enseña ante todo a los hombres las materias de fe y la regla de las costumbres, que les dirige y conduce en todo lo que se refiere a la salvación eterna, y por otra parte estas sociedades han variado constantemente en sus doctrinas, y nunca cesa en ellas esta movilidad é instabilidad.

Todos comprenden sin dificultad y ven claramente que todo está muy lejos de parecerse a la Iglesia instituida por Nuestro Señor Jesucristo, en lo cual la verdad es siempre la misma, sin estar expuesta jamás a cambio alguno, como un depósito confiado a esta misma Iglesia para ser guardado perfectamente intacto, y para cuya guarda han sido prometidas la asistencia y socorro del Espíritu Santo. Y nadie ignora que de estas disidencias de doctrinas y opiniones nacen divisiones sociales é innumerables comuniones y sectas que se propagan cada vez mas, con gran detrimento de la sociedad religiosa y civil.

En efecto: todo el que reconoce que la Religión es el fundamento de la sociedad humana, no puede desconocer y negar la acción que ejercen en la sociedad civil esta división de principios, esta oposición y esta lucha de sociedades religiosas entre sí, y cuál es la violencia con que la negación de la autoridad establecida por Dios para regir las creencias del espíritu humano, y dirigir las acciones del hombre, así en su vida privada como en su vida social, ha promovido y propagado los cambios deplorables de las cosas y de los tiempos, y las perturbaciones que agitan y afligen hoy a casi todos los pueblos, y la verdad.

Que todos los que no poseen la unidad de la Iglesia católica aprovechan la ocasión de este Concilio en que la Iglesia católica, a la cual pertenecían sus padres, da una nueva prueba de su profunda unidad y de su invencible vitalidad, y que, satisfaciendo las necesidades de su corazón, se esfuercen en salir de ese estado, en el cual no pueden estar seguros de su propia salvación. 

Que no cesen de dirigir las mas fervientes oraciones al Dios de las misericordias a fin de que rompa el muro de división que dirige las tinieblas del error, y que los conduzca a la Santa Madre Iglesia, en la cual sus padres encontraron la saludable fuente de la vida, y en la cual únicamente se conserva y se trasmite integra la doctrina de Jesucristo, y se dispensan los misterios de la gracia celestial.

Nos, pues, a quien el mismo Cristo Nuestro Señor ha confiado el cargo del sumo ministerio apostólico, y que debemos, por consiguiente, cumplir con el mayor celo todas las funciones de un buen Pastor, y amar con amor fraternal, y estrechar en nuestra caridad a todos los hombres esparcidos por la tierra, Nos dirigimos estas Letras a todos los cristianos separados de Nos, y de nuevo les exhortamos y conjuramos a volver apresuradamente al único rebaño de Cristo. 

Porque Nos deseamos ardientemente su salvación en Jesucristo, y temeríamos tener que dar cuenta a Él, que es nuestro Juez, de no haberles mostrado y proporcionado, en lo que en Nos cabe, el medio seguro de reconocer el camino que conduce a la eterna salvación. 

En todas nuestras oraciones, cuando pedimos mercedes ó damos acciones de gracias, no cesamos día y noche de pedir para ellos humildemente y con instancia, al Pastor eterno de las almas, la abundancia de las luces y de las gracias celestiales. 

Y como, a pesar de nuestra indignidad, Nos somos su Vicario en la tierra, esperamos con los brazos abiertos y con el mas ardiente deseo la conversión de nuestros hijos errantes a la Iglesia católica, a fin de recibirlos con amor en la casa del Padre celestial, y enriquecerlos con sus inagotables tesoros. 

De esta conversión tan deseada a la verdad y a la comunión de la Iglesia católica depende, no solamente la salvación de los individuos, sino también de toda la sociedad cristiana: el mundo entero no puede gozar de paz verdadera si no se convierte en un solo rebaño bajo un solo Pastor.

Dado en Roma, en San Pedro, el 13 de setiembre de 1868, y de nuestro pontificado el año vigésimotercero.