VACANTIS APOSTOLICAE SEDIS

"Quod si ex Ecclesiae voluntate et praescripto eadem aliquando fuerit necessaria ad valorem quoque." "Ipsum Suprema Nostra auctoritate nullum et irritum declaramus."

TRATADO DE LA VIRTUD SÓLIDA, por el Rev. P. Bellecius, SJ. (9)

TRATADO DE LA VIRTUD SÓLIDA,
por el R.P. Bellecius SJ, Cincinnati, 1914.

ARTÍCULO II. De la malicia del pecado venial considerado en sus efectos.

2. Enfría la Caridad.

Otro efecto lamentable del pecado venial es que, no sólo vicia y contamina las acciones virtuosas e impide nuestro aumento de mérito sobrenatural, sino que igualmente disminuye en nosotros "el fervor de la Caridad"1 al hacernos tan negligentes en el servicio de Dios y tan insensibles a nuestros intereses eternos que el Corazón del Divino Maestro no puede tolerar nuestra tibieza por mucho tiempo.

"Un verdadero siervo de Dios debe evitar incluso las faltas más mínimas, si no quiere ver cuán pronto se enfría su amor"2 y cómo se apodera de su alma una languidez mortal. 

Los religiosos, a pesar de la poderosa gracia de su vocación, si se permiten a sí mismos mantener "un desprecio por las faltas menores, pierden insensiblemente su fervor inicial"3 y caen en la tibieza, un estado cuyos efectos fatales debería inducirnos a huir de él como una fuente envenenada de innumerables males. 

Sí, la triste experiencia nos enseña que hasta las faltas más insignificantes nos conducen desprevenidos hacia la tibieza. 

Ved a un hombre que las comete casi a cada momento sin escrúpulos: su alma languidece; los ejercicios de piedad le disgustan; no se impone ninguna mortificación voluntaria; huye de cualquier cosa que requiera el mínimo esfuerzo; empieza con flojedad y continua apáticamente cualquier empresa que inicie; de modo que no obtiene ningún fruto, o a lo sumo muy poco fruto, de cualquier cosa que haga.

Se halla completamente fascinado por las cosas mundanas, que las celestiales le resultan insípidas: no tiene valor para refrenar sus apetitos sensuales, la meditación le cansa, y las prácticas religiosas le son molestas; corre apresurado hacia el vicio como si le resultara una tendencia natural; la auto-complacencia y la gratificación de los sentidos parecen ser el único objetivo de su vida. 

Con la virtud debilitada de tal manera, ¿Cómo podría preservarse el fervor de la Caridad, o más bien, cómo impedir que no se extinga por completo? ¿Qué pincel podría pintar con colores suficientemente vivos una desgracia tan grande? 

La Caridad de Dios es un don tan perfecto y tan precioso, o más bien, la gracia santificante que "ha sido derramada en nuestros corazones"4, que no hay nada que pueda compararse remotamente con ella. En consecuencia, cuando renuncias a ella, oh alma creada para el Cielo, ¡qué enorme desgracia y qué pérdida sufres! 

De todo ello se deduce que el pecado venial "ataca indirectamente la posesión de este tesoro inestimable" y "prepara el camino para su pérdida completa".5 

No es que el pecado venial destruya inmediatamente o disminuya gradualmente la gracia santificante, pero sí detiene su progreso y encamina al alma hacia su ruina al hacer que caiga en la tibieza. 

Es así que Santo Tomás enseña que "aunque la Caridad, según su naturaleza, no pueda ser disminuida directamente, puede sin embargo ser disminuida indirectamente por el pecado venial, el cual es una disposición para la corrupción y la pérdida de esta virtud"6

La Caridad, es cierto, "es un fuego devorador y una llama ardiente"7, pero los ardores de esta divina virtud son extinguidos por una multitud de pecados veniales, igual que el fuego es apagado por una cantidad demasiado grande de cenizas superintendentes.


1. Sto. Tomás 3, q. 79, a. 4. 
2. Vida de San Lorenzo Justiniano 
3. San Anselmo 4. Rom. 5,5. 
5. Sto. Tomás 2. 2, q. 24, a. 10. 
6. Sto. Tomás 2. 2, q. 24, a. 10. 
7. Cant. 8,6.


Continuará...