CAPITULO 16 - Sobre las tentaciones y las lágrimas de Cristo. (1ª parte).
En segundo lugar debemos considerar las tentaciones de Cristo: ya que, como dice san Pablo, no tenemos otro pontífice que pueda tener compasión de nuestras tentaciones, tentado en todo para ejemplo nuestro, sin pecado. Por eso debemos saber que Cristo fue tentado por el diablo y por los hombres del mundo. En el desierto fue tentado por el diablo, y primero de gula cuando él le dijo: “Si Tú eres el hijo de Dios, di que estas piedras se conviertan en pan”. Fue tentado de soberbia y de avaricia, como que le mostró todos los reinos del mundo y dijo: “Te daré todos estos reinos si me adoras”. Fue tentado de vanagloria, cuando fue conducido hasta el pináculo del templo y le dijo: “Si Tú eres el hijo de Dios, arrójate abajo, y no podrás hacerte daño; porque de Ti está escrito en el Salmo que los ángeles te recibirán por mandato de Dios, para que no Te hagas daño”.
Cristo venció la primera tentación respondiendo: “No solamente de pan vive el hombre, sino de toda palabra que procede de la boca de Dios”. Y en esto muestra que, como el pan es alimento del cuerpo, así la palabra de Dios es alimento del alma. Y nos dio esta enseñanza, que cuando seamos tentados de gula o de otro placer corporal, debemos recurrir al alimento espiritual, es decir a la oración y a las otras buenas obras, y encontraremos más saciedad que en aquello en lo cual somos tentados. Y de esto dio ejemplo Cristo no solamente aquí, sino también, como ya se ha dicho, cuando respondió a los discípulos que lo invitaban a comer, cuando hablaba con la Samaritana: “Yo tengo para comer otro alimento, y mi alimento es hacer la voluntad de Dios”; como diciendo: tanto me regocijo de observar los mandamientos de Dios y cumplirlos, convirtiendo a esta Samaritana y a la otra gente, que no me preocupo por comer.
Y aquí se muestra que la palabra de Dios está para nutrir el alma y para regocijarla. Por eso dice san Jerónimo a uno de sus discípulos: “Ama la ciencia de las Escrituras y no amarás los vicios de la carne”. Y Moisés, recibiendo la ley de Dios sobre el monte, estuvo cuarenta días y cuarenta noches sin comer. Y muchos otros santos Padres en el desierto, apacentados con la oración y las consolaciones de nuestro altísimo Señor Dios, estuvieron muchos días sin comer. Por lo tanto, Cristo quiere decir que quien se alegrase de oír los mandamientos de Dios y observarlos, recibiría visión (una mirada contemplativa) y consolación, por la cual tendría en desprecio todo alimento y consolación corporal.
En respuesta a la segunda tentación dijo: “Apártate Satanás: está escrito que se debe adorar sólo a Dios y servirlo a Él”. Y aquí da ejemplo de no adorar al diablo ni al hombre, ni a ninguna otra creatura por apetito y deseo de alguna riqueza o señorío que el hombre pueda tener. Pero hoy, como dice san Agustín, muchos honores que sólo a Dios corresponden, están usurpados y rendidos a los hombres, o por miedo, o por desordenada adulación de querer agradar a los poderosos, y por desordenada soberbia los poderosos que reinan reciben estos honores, de los cuales deberían huir. Ningún hombre bueno busca ser adorado. Por eso el ángel no quiere ser adorado por san Juan; pero el diablo, y quien a él sigue, busca ser adorado y honorificado.
A la tercera tentación respondió: “Está escrito que no se debe tentar a Dios”. Como diciendo: puesto que puedo descender por la escalera, si yo me arrojara abajo sería como tentar a Dios, lo cual está prohibido. Y en esto da enseñanza de que jamás, sin estricta necesidad, hacer ostentación con algún milagro o por nuestra perfección. Por eso, según lo que se dice en las “Colaciones de los padres”: “Jamás nadie ha demostrado ser un hombre santo, si se regocija en hacerse ver, mostrando que hace milagros”. Y san Gregorio dice que los milagros no hacen santo al hombre, y que es mucho mejor buscar una vida buena que hacer milagros; ya que Dios permite hacer milagros a hombres malvados, pero no puede hacer santa una vida sino quien es amigo de Dios. Por lo tanto Cristo quiere decir: Puesto que puedo descender por la escalera, no debo dar prueba de mí tirándome abajo, y tentar a Dios.
Por lo tanto, he aquí que Cristo fue tentado para ejemplo nuestro y para vencer al diablo, en aquellos tres vicios con cuales había vencido al primer hombre: de gula, de soberbia y de vanagloria. Ya que, como hemos dicho antes en el capítulo cuarto, convenía para la perfecta satisfacción que así el hombre venciendo al diablo honrase a Dios, así como siendo vencido lo había avergonzado. Y por eso Cristo, nuestro héroe y capitán, venció al enemigo por nosotros y rindió honor a Dios, y dio el ejemplo para vencer toda tentación por amor a la justicia y a la perfecta virtud, no por miedo al infierno ni por la esperanza del paraíso. Por eso Cristo nunca respondió: no quiero hacer lo que me dices porque tenga miedo a Dios, ni porque desee el paraíso; sino que siempre decía: “Está escrito”. Como diciendo: conviene que observe lo que está escrito y mandado por Dios, y por eso no acepto tu tentación por otro miedo ni por otra retribución.
De allí procede que los hombres imperfectos deban y puedan meditar sobre las penas del infierno y la gloria del paraíso, para poder vencer las tentaciones; pero los hombres perfectos y verdaderos hijos de Dios deben vencer toda tentación solamente por amor a la justicia y por apego a la virtud, y no por otra consideración. Por eso dice Isaac que los vicios y las tentaciones se deben vencer por amor a la virtud y no por oposición (o sea combatiendo contra las tentaciones por miedo al infierno), sino firmemente y con alegría por amor a la virtud.