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S.S.Pío XII
MENSAJE DE NAVIDAD DE 1955
MENSAJE DE NAVIDAD DE 1955
¿Pueden tales disputas dejarse que sigan su cursa — por decirlo así—,
procedimiento que podría aumentar fácilmente su gravedad, sembrar el odio en las almas de los hombres y crear hostilidades tradicionales? Y
¿no podría un tercero, aprovecharse de tales enemistades, un tercero que
no es deseado realmente por ninguno de los demás y puede serlo.
En todo caso, no se les niegue a esos pueblos una justa y progresiva libertad política y no se les obstaculice la marcha. A Europa, sin embargo, le reconocerán su progreso, a esa Europa, sin cuya influencia, extendida a todos los campos, podrían ser arrastrados por un ciego nacionalismo para sumirse en el caos o la esclavitud. Por otra parte, los pueblos occidentales, especialmente los de Europa, no deben, ante tales problemas, seguir pasivos en un fútil pesar sobre el pasado o en mutua recriminación sobre el colonialismo. Más bien deberían ponerse constructivamente al trabajo, para extender a donde no se hayan extendido aún, aquellos verdaderos valores de Europa y Occidente que han producido tan buenos frutos en otros continentes. Cuanto más se esfuercen por esto los europeos, tanto mayor será su ayuda a la justa libertad de las nuevas naciones, que, a su vez, se salvarían de los escollos de un falso nacionalismo. Este, en verdad, es un verdadero enemigo, que los lanzaría un día unos contra otros, para ventaja de terceros. Semejante pronóstico, no infundado, no puede ser descuidado u olvidado por aquellos que se ocupan de los programas de la paz en los congresos donde, desgraciadamente, brilla el esplendor de una unidad que es externa y predominantemente negativa. Pensamos que en tales consideraciones y en tal procedimiento hay una valiosa seguridad de paz, en algunos aspectos más importante que una inmediata prevención de la guerra.
Amados hijos: si también hoy el nacimiento de Cristo irradia en el
mundo esplendores de alegría y suscita en los corazones profundas emociones, es porque en la humilde cuna del encarnado Hijo de Dios están
encerradas las inmensas esperanzas de las generaciones humanas. En El,
con El y por El, la salvación, la seguridad, el destino temporal y eterno
de la humanidad. A todos y cada uno está abierto el camino para acercarse a aquella cuna, para obtener de las enseñanzas, de los ejemplos,
de la liberalidad del Hombre-Dios, su parte de gracia y de bienes necesarios para la vida presente y futura. Donde no se haga esto por indolencia propia o por obstáculos ajenos, sería vano buscarlo en otra parte,
porque por todas partes pasa la noche del error y del egoísmo, del vacío
y de la culpa, de la desilusión y de la incertidumbre. Las experiencias
fallidas de pueblos, de sistemas, de individuos en particular que no han
querido buscar en Cristo el camino de la Verdad y la Vida, las deberían
considerar y meditar seriamente cuántos creen poderlo hacer por sí solos.
La humanidad de hoy, culta, poderosa, dinámica, ¿tuvo, acaso mayores
títulos a una felicidad terrena en la seguridad y en la paz? Pero no logrará convertirla en realidad sino cuando en sus cálculos, planes y discusiones haya influido el factor más alto y resolutivo: Dios y Jesucristo...
https://www.vatican.va/content/pius-xii/it/speeches/1955/documents/hf_p-xii_spe_19551224_cuore-aperto.html
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S.S.Pío XII
LA ELEVATEZZA
20 de febrero de 1946
El imperialismo moderno, en cambio, sigue un camino opuesto. Procede en extensión y en amplitud. No busca al hombre en cuanto tal, sino las cosas y las fuerzas a las que le hace servir ; con lo cual lleva en sí mismo gérmenes que ponen en peligro el fundamento de la convivencia humana. En semejantes condiciones, ¿puede, acaso, causar admiración el ansia creciente de los pueblos por su recíproca seguridad? Ansia que deriva de la desmesurada tendencia a la expansión, que lleva dentro de sí el gusano roedor de la continua inquietud y hace que a una necesidad de seguridad suceda sin interrupción otra, tal vez incluso más urgente.
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