SAN PÍO V
MIGUEL GHISLIERI (1566-1572)
Nació en Bosco, cerca de Alejandría, en 1504. Entró en la orden dominicana; en 1556 fue nombrado obispo y poco después cardenal, con el título de inquisidor general de los Estados Romanos. Elegido papa, defendió a la Iglesia contra tres enemigos: la herejía, las malas costumbres y el mahometismo.
Contra la herejía difundió la doctrina del Concilio Tridentino, haciendo compilar el Catecismo Romano; fomentó la cultura del clero; ayudó a Carlos VIII en la lucha contra los hugonotes; excomulgó a Isabel de Inglaterra y defendió, por medio de misioneros, a los indios de América contra los traficantes de carne humana.
Contra las malas costumbres, combatió el nepotismo; frenó el lujo; impuso una severa disciplina a los eclesiásticos, dando él mismo el ejemplo, llevando al trono pontificio la sencillez austera del religioso; combatió toda clase de escándalos velando para que fuesen impedidos los antiguos abusos.
Contra el mahometismo, después de haber tratado inútilmente de llevar a los príncipes cristianos a la guerra santa, unidas las flotas pontificia, veneciana y española, inflingió a los turcos la famosa derrota de Lepanto (7 de octubre de 1571), frenando por mucho tiempo su audacia. Quiso recordar la victoria con la fiesta de Nuestra Señora de las Victorias, que después, bajo el pontificado de Gregorio XIV, fue llamada la fiesta de Nuestra Señora del Rosario. Murió el 1 de mayo de 1572.
Papa de inagotable caridad, amigo de sabios y estudiosos, fundó en Pavía el Colegio Ghislieri para acoger a los estudiantes pobres.
Fue beatificado por Clemente X en 1672, y canonizado por Clemente XI en 1712.
Los Papas, desde San Pedro hasta Pío XII
Giuseppe Arienti
Con Licencia Eclesiástica 1945
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Regnans in Excelsis
Excomulgación de Isabel I de Inglaterra
Papa San Pío V - 1570
Pío Obispo, siervo de los siervos de Dios, en memoria perpetua del hecho.
El que reina en lo alto, a quien se le ha dado todo poder en el cielo y en la tierra, ha encomendado a uno solo en la tierra, a Pedro, el primero de los apóstoles, y a su sucesor, el Papa de Roma, la Iglesia, una, santa, católica y apostólica, fuera de la cual no hay salvación, para que sean gobernados por él con plenitud de poder. A él solo lo ha puesto por gobernante sobre todos los pueblos y reinos, para arrancar, destruir, esparcir, dispersar, plantar y edificar, a fin de preservar a su pueblo fiel (unido con el cinturón de la caridad) en la unidad del Espíritu y presentarlo seguro e inmaculado a su Salvador.
En obediencia a este deber, Nos (que por la bondad de Dios estamos llamados al gobierno de la Iglesia) no escatimamos esfuerzos y trabajamos con todas nuestras fuerzas para que la unidad y la religión católica (que su Autor, para prueba de la fe de sus hijos y corrección nuestra, permitió que se afligiera con tan grandes dolores) se conserven íntegras. Pero el número de los impíos ha crecido tanto en poder que no queda lugar en el mundo que no hayan tratado de corromper con sus más perversas doctrinas; y entre otras, ha ayudado a esto Isabel, la pretendida reina de Inglaterra y sierva del crimen, en la que como en un santuario han encontrado refugio los más perniciosos de todos. Esta misma mujer, habiéndose apoderado de la corona y usurpado monstruosamente el lugar de cabeza suprema de la Iglesia en toda Inglaterra para reunir la autoridad y jurisdicción principales que le corresponden, ha reducido una vez más a este mismo reino, que ya había sido restaurado a la fe católica y a los buenos frutos, a una ruina miserable.
Prohibiendo con mano dura el uso de la verdadera religión, que después de su anterior derrocamiento por Enrique VIII (un desertor de ella), María, la legítima reina de célebre memoria, había restaurado con la ayuda de esta Sede, ha seguido y abrazado los errores de los herejes. Ha eliminado el Consejo real, compuesto por la nobleza de Inglaterra, y lo ha llenado de hombres oscuros, siendo herejes; ha oprimido a los seguidores de la fe católica; ha instituido falsos predicadores y ministros de la impiedad; ha abolido el sacrificio de la misa, las oraciones, los ayunos, la elección de las carnes, el celibato y las ceremonias católicas; y ha ordenado que se propusieran en todo el reino libros de contenido manifiestamente herético y que los ritos e instituciones impíos según el gobierno de Calvino, celebrados y observados por ella, también sean observados por sus súbditos. Ella se ha atrevido a expulsar a los obispos, rectores de iglesias y otros sacerdotes católicos de sus iglesias y beneficios, a otorgar estas y otras cosas eclesiásticas a los herejes y a determinar causas espirituales; ha prohibido a los prelados, al clero y al pueblo reconocer a la Iglesia de Roma u obedecer sus preceptos y sanciones canónicas; ha obligado a la mayoría de ellos a aceptar sus leyes perversas, a abjurar de la autoridad y obediencia del Papa de Roma y a aceptarla, bajo juramento, como su única señora en asuntos temporales y espirituales; ha impuesto penas y castigos a quienes no accedieron a esto y los ha exigido a quienes perseveraron en la unidad de la fe y la obediencia mencionada; ha arrojado a los prelados y párrocos católicos a la prisión donde muchos, agotados por largo languidecer y dolor, han terminado miserablemente sus vidas. Todo esto importa y es manifiesto y notorio entre todas las naciones; Están tan bien probados por el testimonio contundente de muchos hombres que no queda lugar para excusas, defensas o evasiones.
Nos, viendo que las impiedades y los crímenes se multiplican uno tras otro, la persecución de los fieles y las aflicciones de la religión cada día se hacen más severas bajo la guía y por la actividad de la dicha Isabel, y reconociendo que su mente es tan fija y resuelta que no sólo ha despreciado las piadosas oraciones y amonestaciones con las que los príncipes católicos han tratado de curarla y convertirla, sino que ni siquiera ha permitido que los nuncios enviados a ella en este asunto por esta Sede crucen a Inglaterra, nos vemos obligados por la necesidad a tomar contra ella las armas de la justicia, aunque no podemos dejar de lamentar el tener que volvernos contra alguien cuyos antepasados han merecido tanto de la comunidad cristiana. Por lo tanto, apoyándonos en la autoridad de Aquel cuyo placer fue colocarnos (aunque incapaces de soportar tal carga) en este supremo asiento de justicia, Nos, en la plenitud de nuestro poder apostólico, declaramos que la susodicha Isabel es hereje y favorecedora de herejes, y que sus partidarios en los asuntos antes mencionados han incurrido en la sentencia de excomunión y han sido separados de la unidad del cuerpo de Cristo.
Y además (declaramos) que ella queda privada de su pretendido título a la mencionada corona y de todo señorío, dignidad y privilegio cualesquiera.
Y también (declaramos) que los nobles, súbditos y pueblo de dicho reino y todos los demás que de cualquier manera le hayan jurado juramentos, quedan absueltos para siempre de tal juramento y de cualquier deber que surja del señorío, la lealtad y la obediencia; y, por la autoridad de la presente, los absuelvemos y privamos a la misma Isabel de su pretendido título a la corona y de todos los demás asuntos antes mencionados. Ordenamos y demandamos a todos y cada uno de los nobles, súbditos, pueblos y otros antes mencionados que no se atrevan a obedecer sus órdenes, mandatos y leyes. A quienes actúen en contra, los incluimos en la misma sentencia de excomunión.
Porque, en verdad, puede resultar demasiado difícil llevar estos presentes a dondequiera que sea necesario, queremos que las copias hechas de mano de un notario público y selladas con el sello de un prelado de la Iglesia o de su corte tengan tanta fuerza y confianza dentro y fuera de los procedimientos judiciales, en todos los lugares entre las naciones, como estos mismos presentes tendrían si fueran exhibidos o mostrados.
Dado en Roma, junto a San Pedro, el día 25 de febrero de 1570, día de la Encarnación, en el año quinto de nuestro pontificado.
Pío PP.
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