VACANTIS APOSTOLICAE SEDIS

"Quod si ex Ecclesiae voluntate et praescripto eadem aliquando fuerit necessaria ad valorem quoque." "Ipsum Suprema Nostra auctoritate nullum et irritum declaramus."

EL ESPEJO DE LA CRUZ (XVII)


CAPITULO 14 - Cómo por la Cruz se conoce el pecado, y cuánto lo odia Dios, y cuánto se debe llorar por los muchos males que de él se derivan. (1ª parte)


Del amor ordenado a la cruz nace el ordenado dolor y el odio al pecado. Porque el hombre que ama a Cristo ya no se duele por el sufrimiento propio, sino que llora por la ofensa a Cristo y a su cruz. Y se duele tanto, que siente en sí el sufrimiento de Cristo; y por compasión llora su pecado con más amargura y dolor que por cualquier otra cosa. Y esto es necesario puesto que el pecado es peor, más peligroso y dañino que cualquier otra cosa; tanto porque fue causa de la muerte de Cristo, como porque enferma el alma, quitándole la similitud con Dios.


Y por eso decía el profeta Jeremías al alma pecadora: “Llora, oh alma, como madre que llora la muerte de su hijo, y llora amargamente”. Esta semejanza utiliza el profeta, porque el dolor de la madre cuando pierde a su hijo unigénito supera cualquier otro dolor temporal. Y por eso tanto mayor debe ser el dolor por el pecado, cuanto es mayor el daño de perder a Dios y el alma. Por eso dice san Agustín: “Tú no tienes en ti, oh cristiano, piedad ordenada, ya que lloras por el cuerpo del cual ha partido el alma, y no lloras por el alma que ha perdido a Dios, y perdiendo a Dios pierde todo bien”. Por eso dice: “Dios es un bien tan grande, que quien lo pierde no puede tener ningún bien”.


Y para que podamos odiar y llorar el pecado y dolernos de él, debemos saber que el pecado disgusta mucho a Dios; y esto podemos verlo en que aquello que Él más odia, es decir el demonio, no lo odia sino por el pecado; y no tiene algún amigo tan querido que no lo castigue si encuentra en él la mancha del pecado. Pero este odio se muestra principalmente en la cruz, en la cual para poder crucificar al pecado, Dios hizo crucificar a su propio Hijo inocente. Por eso dice san Pablo que “el decreto de la sentencia (es decir la deuda del hombre que estaba sujeto al diablo y a la muerte por el pecado) Cristo lo clavó en la cruz y lo rompió”. Y en signo de esto quiso que su cuerpo fuese totalmente despedazado.


Supongamos esta semejanza. Alguien tiene un enemigo, y tanto odio le tiene que querría también matarlo, y aún a su propio hijo con él. Muy grande sería este odio. Lo mismo hizo Dios para crucificar el pecado: hizo crucificar a Cristo. Y dice san Juan que Él “nos ha lavado de nuestros pecados con su sangre”. Y así tiene un gran odio por esa mancha: tan caro le costó lavarla y quitarla. Además en esto se muestra este gran odio, puesto que tanto nos ama Dios que para rescatarnos tomó carne humana, hasta morir; sin embargo, si a alguno encontrara nada menos que con un solo pecado mortal, lo condenará eternamente con los demonios, y jamás tendrá piedad de él.


Además, el pecado agrada mucho al diablo, y eso es signo de que el pecado es muy malo, puesto que al demonio no le puede agradar ningún bien. Y que el pecado le agrade mucho al demonio se muestra por su efecto, ya que nos tienta continuamente. Por eso dice san Gregorio: “El diablo tienta asiduamente, para vencer al menos por cansancio”. Y san Pedro, para reafirmar lo que hemos dicho, nos advierte diciendo: “Hermanos míos, sed sobrios y vigilad, porque el diablo, ronda como el león que ruge buscando cómo pueda devorarnos”. Porque el diablo nos tiene envidia, y no querría que nosotros tengamos aquél bien que él perdió. Por eso continuamente, con toda sutileza, nos tienta para hacernos caer en el pecado. Como dice san Bernardo: “A los que ve fervientes en el buen obrar, no pudiéndolos inducir al mal, los engaña, poniéndoles delante un bien pequeño para hacerles perder uno grande”. A veces los lleva a realizar tantas obras que se cansan, y luego se echan atrás. Y esto es el más sutil engaño que él pueda hacer.


Además, hay que odiarlo mucho ya que daña mucho al hombre. Y para que veamos esto, pensemos en todas aquellas cosas temporales que el hombre considera dañinas: pobreza, prisión, pérdida de amigos, guerra, deshonor y muerte. A estos daños pueden reducirse todos los demás. El pecado produce espiritualmente todos estos daños.

Continuará...