VACANTIS APOSTOLICAE SEDIS

"Quod si ex Ecclesiae voluntate et praescripto eadem aliquando fuerit necessaria ad valorem quoque." "Ipsum Suprema Nostra auctoritate nullum et irritum declaramus."

EL ESPEJO DE LA CRUZ (XXI)


CAPITULO 16 - Sobre las tentaciones y las lágrimas de Cristo. (2ª parte).


Además debemos considerar que el diablo no tentó a Cristo sino con los vicios principales; ya que sabía que si hubiera caído en ellos, habría caído en todos los demás vicios, al igual que el hombre. Pero habiendo vencido en los principales, se dio cuenta de que no lo vencería en los (vicios) menores: porque de aquellos vicios (la soberbia, la gula, la avaricia y la vanagloria) proceden todos los otros.


Fue tentado por los hombres en cuanto a la sabiduría, la bondad y el poder. Fue tentado en cuanto a la sabiduría, cuando por engaño le proponían muchas cuestiones para atraparlo en el hablar, llamándolo maestro veraz, y preguntándole si era lícito o no pagar el tributo al César. Y pensaban: Si dice que sí diremos que procede contra la ley, ya que nosotros somos el pueblo de Dios, y debemos estar exentos del pago a extranjeros; y si dice que no lo acusaremos ante el emperador, porque predica que no se le pague el tributo. Pero Cristo, escrutador de corazones, conoció su malicia, y respondió de tal modo que no supieron qué decir, y dijo: “Dad al César lo que es del César y a Dios lo que es de Dios”. De manera que no habló ni contra Dios ni contra el César. También fue tentado en su sabiduría cuando, como dicen los Evangelios, un sabio de la ley se levantó y le preguntó cuál era el mandamiento mayor. Y Cristo le respondió que era el mandamiento de la caridad. Y en muchos otros pasajes fue tentado y provocado a hablar para poder atraparlo en alguna palabra equivocada. Pero Cristo respondió a todos humilde y sabiamente, como se ve en los santos Evangelios.


Fue tentado en la bondad y en la misericordia, cuando lo llevaron ante la adúltera y le preguntaron qué le parecía a Él, y si debían lapidarla o no, según el mandamiento de la ley. Y pensaban: si dice que sea lapidada, diremos que Él actúa contra la misericordia que Él mismo predica; si dice que no, diremos que predica contra Moisés y contra la Ley, y lo acusaremos. Y Cristo respondió sabiamente y dijo: “Aquél de vosotros que esté sin pecado, comience a lapidarla”. Entonces los Fariseos, totalmente confundidos por acción de Dios, porque eran pecadores, huyeron; y no pudieron acusar a Cristo de que la hubiese juzgado contra la misericordia, ni de que la hubiese absuelto contra la ley. Y nos dio ejemplo de que ningún pecador debe presumir de juzgar ni de condenar a otro pecador.


Fue tentado en su potestad cuando, tentándolo, algunos pecadores le pidieron que hiciese venir algún signo del cielo; y Cristo no lo hizo, para dar ejemplo de que no se debe hacer ostentación de acciones prodigiosas, especialmente a petición de hombres indignos y tentadores.


Muchas otras cosas se podrían decir de las tentaciones de Cristo, tanto respecto a los tentadores cuanto a las respuestas, y cómo observaban sus obras y sus palabras para acusarlo; y que yo dejo de lado para no ser demasiado detallista. Pero basta con esto: que Cristo quiso ser tentado por el diablo y por los hombres para nuestro ejemplo, como ya se dijo; y cómo en sus respuestas da una gran y útil doctrina y ejemplo. Por eso dice san Gregorio que “así como por su muerte convino que venciese nuestra muerte, del mismo modo por sus tentaciones venciese nuestras tentaciones y nos enseñase a responder a nuestras tentaciones”.


Y cuán penoso sea ser tentado, no lo sabe sino quien lo padece. Y esto es lo que muestra san Pablo cuando, narrando las diversas pasiones y tribulaciones de Cristo y de los santos, entre otras cosas dice que “fueron tentados, cortados y muertos a cuchillo” para mostrar que la tentación es un gran martirio. Y vemos que los hombres de gran notoriedad y saber, presumen mucho de que reciben un gran desprecio al ser tentados con palabras, preguntas dolosas y de doble sentido. Y muchos, habiendo sufrido muchas tribulaciones y habiendo hecho grandes cosas por Dios, se abaten y desalientan ante las tentaciones. Por eso dice la Escritura que “es bienaventurado aquél que sufrirá las tentaciones, ya que después que sea probado, recibirá la corona de vida”. Por eso advierte el Eclesiástico de que estemos preparados a recibirlas. Y san Agustín dice: “Yo os advierto que nadie puede vivir sin tentaciones en esta vida presente”. Por eso si una termina, espera la siguiente, tal como el ejemplo que da Cristo.


En tercer lugar debemos considerar el llanto de Cristo, para que tengamos compasión de Él, y refrenemos la desordenada alegría. Por eso dice san Bernardo: “Si Cristo lloró por compasión de nosotros, ¿cómo puede ser que nosotros riamos, siendo que estamos en tantos males?”. Como diciendo: ¡No! Por eso muchas veces encontramos a Cristo llorando, pero jamás encontramos que riese.


Y debemos saber que Cristo lloró cuatro veces. La primera cuando nació. Por eso se dice en el libro de la Sabiduría: “La primera palabra comenzó como los otros, es decir, con llanto”; y entonces lloró la miseria de esta vida, en la cual entraba. La segunda vez lloró sobre la ciudad de Jerusalén por compasión, considerando la destrucción y el peligro que iba a sobrevenirle por su pecado. La tercera vez lloró resucitando a Lázaro por compasión de sus hermanas, a las que veía atribuladas; considerando el juicio de la muerte, el cual vino por el pecado, y considerando que Él resucitaba a Lázaro a esta vida miserable llena de peligros, arrancándolo de un lugar de reposo. La cuarta vez lloró, como dice san Pablo, en la cruz por nuestros pecados, y los de todo el género humano, “rogando al Padre en voz alta y con lágrimas” para que, por mérito de su pasión, perdonase al género humano, e hiciese la paz con los hombres: “Y fue escuchado”. ¡Bendito sea Dios!


Por consiguiente, vemos en la pasión de Cristo en cuanto a sus privaciones, tentaciones y llanto, que todo esto lo soportó para nuestro ejemplo.

Continuará...